UN TOPO Y LOS ARTISTAS

POR PABLO DILAURO, CONDUCTOR LÍNEA B.

Los doce años de trayectoria de Juan Solanas conduciendo el subte de la Ciudad de Buenos Aires (línea B – Recorrido Juan Manuel de Rosas – Leandro N. Alem) no hubieran imaginado jamás tener delante de sus ojos la rebeldía y el talento en similares condiciones.

Los C.A.F. 6000 (Construcciones Auxiliares Ferroviarias 6000) son trenes adquiridos al metro de Madrid – España en turbios y oscuros negociados a los cuales nos tienen acostumbrados la hermandad inclaudicable entre funcionarios gubernamentales y el empresariado argentino… pero esto es análisis para otro tema.

Los C.A.F 6000 (o los trenes gallegos como le llaman en la jerga subterránea) poseen, además de innumerables elementos de seguridad, un dispositivo de color rojo cuya forma es la de un hongo (o seta dicho en España) fabricado en baquelita, de una medida que cabe en la palma de la mano y cuyo accionar (empujando el dispositivo hacía abajo) es la detención total del tren.

Cada coche tiene una cabina de mando y, dentro de esa cabina, en el panel de manejo, se encuentra el hongo o seta con la inscripción “emergencia”. O sea, cualquier problema grave que tenga el tren: el conductor o el guarda accionan este dispositivo.

El último tren que sale de Juan Manuel de Rosas se autotitula “el pavo” (no me pregunten porque) y el anteúltimo se hace llamar el “antepavo” (caprichos de la lengua criolla).

El pavo, cueste lo que cueste, o tenga el inconveniente que tenga, tiene que salir a línea porque justamente es el último servicio del día. Después de esa formación se cierran los accesos de entrada y el subte duerme hasta la mañana siguiente.

El domingo 22 mayo, el antepavo, a punto de salir a línea, arrancó con diez minutos de atraso.
Señal verde, sale de Rosas. Comienza el recorrido: Echeverría, Los incas, Tronador, Federico Lacroze, anuncia la computadora con voz sexy en cada estación en la cual Juan detiene la marcha y el “aragonés” (de cabeza más dura que el adoquín pero de uno corazón tierno) abre y cierra las puertas de toda la formación.

Salen de Federico Lacroze en total normalidad. Recorrido corto en el túnel y Solanas, acercándose a la siguiente estación (Dorrego Norte, dirección Alem) comienza su tarea de frenado. Cuando el C.A.F 6000 (o el tren gallego) hace su entrada en el andén con sus primeros dos coches (o vagones según la jerga criolla): toda la formación se detiene por completo.

¿Que pasó Juan?, “la mitad del tren quedó en el túnel” – le dijo por audio (teléfono) interno al aragonés, con su voz tan particular, a un Solanas preocupado.

Juan, siguiendo los pasos aprendidos en su instrucción, revisa todo tipo de fallas en su cabina de mando sin resultados concretos. Entonces decide recorrer el tren caminando por el andén siempre teniendo en cuenta que solo dos coches de la formación estaban a su alcance pues los otros permanecían en el túnel. Juan camina en esa dirección. Observa, revisa en toda su caminata e inclina su cabeza observando los últimos coches, cuando de repente sus ojos se apoderan de un asombro jamás imaginado: veinte “siluetas sombreadas” corriendo a gran velocidad por el túnel en dirección opuesta al tren detenido. No, no eran veinte fantasmas (en caso de tener algún lector obsesionado con el terror), eran veinte personas jóvenes corriendo al mejor estilo Usain Bolt escapando del lugar.

Juan no podía creer semejante panorama pero lo increíble le llegó a su mirada cinco minutos después: los dos coches o vagones estaban pintados de punta a punta con graffitis, pero no cualquier graffiti, eran obras de arte, como si se hubieran juntados en el túnel Picasso, Rembrant y Van Gogh portando aerosoles en mano.

Solanas dividió su pensamiento en dos, por un lado dio aviso a la seguridad del lugar (que tardaron más en llegar de lo que pintaron el grafitti) cumpliendo sus funciones laborales y por el otro lado aplaudía desde su interior semejante obra de arte enmarcada por una aceitada organización.

El tema, a partir de ese momento, era descifrar el “como” ;… el “dónde” y el “porque” habían sido resueltos.

Mientras los agentes de seguridad se hacían presentes, Solanas (48 años de viejo “perro” investigador) revisaba toda la formación. El asombro fue inmediato: no solo habían abierto la puerta de la cabina del tercer coche (el primero detenido en el túnel) con alguna llave maestra sino que accionaron el hongo (la seta en español) y tal movimiento detuvo la formación por completo. ¿Un topo tal vez? ¿Un topo que tenia la llave justa para abrir la puerta de cabina? ¿Un topo que, sin perder el tiempo, accionó el dispositivo de emergencia en el momento justo, en el lugar preciso, en el tiempo exacto? Quien sabe, los “cráneos” de investigación tendrán trabajo extra.

Si estuviéramos en la escuela primaria y nos pedirían una síntesis de lo ocurrido, lo diríamos así: un pasajero (¿Un topo tal vez?) se acercó a la cabina del tercer coche, abrió la puerta, entró y esperó que la mitad de la formación entrara a la estación Dorrego; cuando los últimos coches seguían en el túnel accionó el dispositivo de emergencia deteniendo el tren; en ese instante preciso veinte artistas del graffiti (escondidos a los costados de la vía) se abalanzaron, al mejor estilo “comando vietnamita en Saigón” y en cinco minutos precisos pintaron una obra de arte en la mitad de la formación.

La misión “graffitera” hubiera sido completa de no ser por el horario. La idea evidente de este grupo de artistas del aerosol era pintar el último tren (el pavo) ya que es un servicio que, pase lo que pase, tiene que salir a la línea y hubiera sido una exposición de arte urbano en movimiento, durante una hora, desde la estación Dorrego hasta Alem, vuelta a Rosas; pero la exposición de arte urbano solo duró unos minutos para que fuera observado por los “fantasmas” que habitan en los túneles, ya que desde Dorrego Norte la formación (el antepavo, un servicio sin la importancia del último) entro en el taller ubicado a metros del andén, es decir, por diez minutos de atraso pintaron el tren equivocado.

Cuentan “off the récord” que en épocas remotas la policía detuvo a varios integrantes de este (u otro) “comando graffitero” y para sorpresa de los investigadores los miembros de dicha organización eran hijos de jueces o abogados de renombre, con un nivel económico muy alto: los picos de los aerosoles para graffitar eran de oro macizo.

Arte callejero, urbanidad al palo, dosis justas de adrenalina para oponerse a un sistema en decadencia. Talento y rebeldía… que otra cosa se puede pedir.

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