ME CONVERTÍ EN VOYEUR

POR CLAUDIO CORRIÉS, MILITANTE DE SADOP.

Efectivamente. Después de mucho transitar por las redes anti-sociales, me he transformado en voyeur de ellas.

Tuve un tiempo –especialmente en la pandemia dura- donde me enganché en el campeonato de likes, en el competidor de “vistos”, en el provocador de reacciones ajenas (que escribía para molestar o agradar a los que sabía que iba a molestar o agradar, cuyas reacciones fueron igualitas a las esperadas).

Tuve un pico de estupidez donde me preocupaba la cantidad de “me gusta” o de “compartidos”. E incluso, confieso, verificaba quién o quienes me “likeaban” o me compartían y mi ego crecía proporcionalmente. O se hacía bosta contra el piso cuando el resultado era al revés.

Pero un mínimo conocimiento de los algoritmos me alertó: estaba –estoy, estamos, estaremos
cada día más- siendo parte de un juego peligroso, o al menos imposible de dominar. No se si
está bien “bajarse” y ser voyeur nomas.

Toda persona que anda por las redes se asombra de que, por ejemplo, luego de mirar en google dónde comprar un taladro, al otro día se le llenan las páginas de propagandas de taladros. Y en Tik Tok o Instagram le aparecen taladros que hacen cosas raras, agujeros en hierro, historias de ladrones con taladros, taladros quirúrgicos, y así…

¿No les pasó de estar hablando con alguien de algún tema (profundo o estúpido) y que luego en Instagram o en TikTok aparece JUSTO ese tema? Me pasó varias veces y me dió miedito.

Black Mirror (la serie que está en Netflix) me retrotrae a cuando vi Volver al Futuro. Marty Mc Fly “viajaba” a 2005 y había cosas que no hay en la realidad de 2023 y no había casi ninguna de las cosas que si hay. Los celulares, por ejemplo. La realidad supera con creces a la ficción. Leyendo acerca del algoritmo parece que con Black Mirror pasa lo mismo.

Hace unos 10 años, cuando se implementó la SUBE, los analistas serios alertaban acerca de “el peligro” porque “el gobierno te iba a controlar dónde estabas”. Y lo decían en serio. Mucha gente se resistió por años a la SUBE “para que nadie sepa donde estoy”. Hoy sucede que podemos saber –en el historial de google- dónde estuvimos exactamente, cuánto tiempo, en qué lugar del planeta. Y cuando compras algo, al salir google te pregunta qué te pareció el helado que tomaste. Y como para decirte que saben, te mandan mensualmente el link para ver puntillosamente tu recorrido.

“Videitos de Tiktok” dicen: “cosa de pibes”. El Congreso de USA, varias universidades, varios estados, prohibieron esta red social en sus redes de internet, bajo la misma acusación de los que negaban el uso de la SUBE porque los espían, en este caso “los chinos”. Porque los chinos son malos, siempre.

TikTok funciona casi exclusivamente por sugerencias algorítmicas. A mi me pasa que me ofrece
(por voyeur y por el algoritmo) mil veces goles de Argentina y (en el caso que los hubiere, de Vélez), recortes de palabras o discursos de los dirigentes políticos, chismes de la F1, recetas para engordar, la guerra en Ucrania, de ambos lados (porque tiktok no tiene –todavía- la censura que sufren los europeos, por ejemplo). TikTok obtiene 100 datos sobre una persona en el mismo tiempo que Youtube 1. Y no está condicionado por lo que ven tus “amigos” sino por TUS propias elecciones. Como una bola de nieve autoalimentada.

La Unión Europea y los Estados Unidos NO SABEN cómo hacer para manejar el (los) algoritmo(s). Y, como todo autoritarismo, tiende a prohibir. Como hicieron con el alcohol en el siglo 20, así les fue, la UE prohibió TikTok en eurodiputados, pero no prohibió facebook ni twiter, cuya nocividad de noticias, con fake news incluídas, es parecida sino peor.

Muchas personas dicen que “a mí no me condiciona”. Capaz que no se enteraron que hubo una empresa –Cambridge Analítica- que torció los resultados del Brexit merced al uso del algoritmo de facebook (y que también operó en la Argentina), ni que twitter fue “la” forma de promover la “primavera árabe”, ni tantos etc. Nadie está a salvo, genio. Son poderosos, son LOS poderosos. Y nadie sabe quiénes son. Somos esclavos de desconocidos.

Hace unos días probé la inteligencia artificial de OPENAI. Y mantuve una conversación con el (falso) General San Martín que me contó del cruce de los Andes, su vinculación con Rosas y con Simón Bolívar. Me dijo que el campeón del mundo es Francia (porque está actualizado hasta julio de 2021). Vi que ya hace dibujos, libros, música, caricaturas, tesis doctorales, tutoriales, TODO.

Se me llena la vida (iba a decir “el culo”, pero queda feo) de preguntas: ¿Cómo será la educación con la IA sin ningún límite? ¿Qué megacorporación –china, europeao yankee- dictará los contenidos y las respuestas a las preguntas vitales de los seres humanos?

Después del “juego” con la IA: ¿Quién garantiza que las respuestas sean “verdad” y no opiniones direccionadas por gente que no conocemos o por empresas que solo nos quieren vender productos o ideologías? ¿Quién maneja el algoritmo? ¿Alguien, en serio, puede creer en la neutralidad de la ciencia?

¿Cómo garantizamos que la multiplicidad de mensajes nocivos no le taladra la cabeza a millones de niños y niñas, adolescentes, jóvenes y adultos? ¿O cómo y hasta dónde lo hace? ¿Cómo modelarán nuestros deseos, nuestros pensamientos, nuestra ideología?

¿Somos más o menos libres por saber al instante lo que pasa en cada rincón de la tierra?

En un mundo de Instagram, Facebook, TikToK y la mar en coche: ¿no habrá más nada quedure más de 30 segundos? ¿Qué vamos a leer? ¿Sólo 280 caracteres?

¿Existirá un pensamiento autónomo que no tenga que ser avalado por el escrutinio de las redes o la vida será solamente una acumulación de likes? Maldito progreso.

Yo creo, humildemente, que sólo nos salva el arte. Volver a dibujar casitas de las que sale humo por la chimenea. Volver a tocar “Zamba de mi esperanza” con tres tonos. Volver a leer a Patoruzú. Volver a hacer un versito con rima naif. Para después avanzar en el arte más complejo, más profundo, más vital. En todo lo que no sea artificial, comercial, de 280 caracteres, y que dure más de 30 segundos. En otras palabras: volver a ser niños para hacernos grandes.

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