UN CUENTO EN FOTOS: ENCUENTRO CON “EL GAUCHO” MÁRQUEZ
POR VÍCTOR LEONEL PÉREZ. AUXILIAR DE ESTACIONES DE LA LÍNEA “D” DEL SUBTE.
![](https://acoplando.com.ar/wp-content/uploads/2021/03/20210219_191201-scaled-1.jpg)
Ese día Ricardo se sentía muy nervioso, su profesor le había encomendado, para la tesis de la carrera de periodismo, realizar “la mejor nota”. Pensó y pensó, pero no se le ocurría nada, hasta que tuvo la idea de escribir algo sobre los pueblos de la provincia y su relación con el ferrocarril, una temática que siempre le había interesado.
Un amigo le comentó que conocía a un señor entrado en años de familia ferroviaria, que lo podría ayudar: lo llamaban “el Gaucho” Márquez. Le sugirió que se acercara a la estación Callao de la línea D del Subte, ya que era peón de limpieza y alrededor de las 6am seguramente lo encontraría barriendo o cambiando las bolsas de basura de la estación.
Al día siguiente, Ricardo puso el despertador a primera hora y fue al encuentro del hombre. Cuando bajó a Callao, personal del lugar le indicó en qué sector lo encontraría. Se acercó, lo saludó, y el Gaucho muy amablemente pero un poco sorprendido, le dió los buenos días.
Ricardo le comentó del amigo en común que tenían, cruzaron algunas palabras, y quedaron en hacer una entrevista más tranquilos a las 13hs en el bar “Los Galgos” de Callao y Lavalle.
El estudiante de periodismo llegó en punto, estaba realmente ansioso. Al minuto, llegó también el Gaucho y le estrechó la mano, Ricardo le explicó (esta vez con más detalle) que necesitaba hacer una nota, mezcla con entrevista, sobre los pueblos y el ferrocarril, por lo que su experiencia le resultaría muy valiosa. Al instante, al Gaucho se le piantó un lagrimón y comenzó a compartir su historia.
Le contó que él había nacido en un pueblito del Partido de 9 de Julio llamado Patricios, en el cual pasó una infancia maravillosa y llena de hermosos recuerdos. De joven, junto a sus padres, debieron mudarse a la gran urbe dejando el campo, ya que el tren dejaría de funcionar, y según les habían dicho no volvería más. Su padre era ferroviario y de un día para el otro, fue notificado de su inmediato traslado hacia Buenos Aires. Dejaron todo atrás casi sin haber tenido tiempo de procesarlo.
Entre sollozos, se animó a contarle también que aún en la actualidad le daba mucha pena la idea de volver a su pueblo, y que después de cuarenta años no se animaba a visitarlo. Ricardo, sin pensarlo mucho le dijo:
-¿Y si vamos? ¡vamos! Yo quiero conocer su lugar, además me sirve para la nota que tengo que hacer. Dele Gaucho, vaya a cargar un bolsito y lo paso a buscar por su casa-
-No, no, pibe. Casi no me conocés, además es mucho viaje y ya no queda nada ni nadie que yo conozca allí-
Ricardo le dió ánimos, le habló para convencerlo, y después de un rato, el Gaucho finalmente aceptó hacer el viaje. En auto, tomaría unas cuantas horas pero podrían ir y volver en el día.
Emprendieron el viaje tomando mate, intercambiando anécdotas y escuchando la radio AM de fondo.
Al llegar y después de pedir algunas indicaciones a los pueblerinos, pudieron visitar el antiguo taller ferroviario donde el padre del Gaucho trabajaba.
Volvieron los viejos recuerdos donde él, de chico, jugaba entre esas vías. El olor a gasoil, las estopas, el vapor de las locomotoras que allí se alistaban y salían a la línea a cumplir servicio, y tantas otras cosas. De repente, el Gaucho se acercó a Ricardo, lo abrazó fuerte, y entre lágrimas le dijo con la voz entrecortada:
-Gracias pibe por convencerme y traerme al pueblo, por volver a recordar todo esto, este lugar y lo que tuve el placer de poder vivir acá-
Al salir del taller, recorrieron las cuatro callesitas del pueblo y el Gaucho invitó a Ricardo a tomar un vermut en el club del lugar. El hombre esperaba encontrar a algún pariente de Don Fortuna en el buffet, pero el antiguo cantinero ya no era conocido para los actuales habitantes del pueblo y lo único que tenían era gaseosa y papas fritas. Aún así, disfrutaron ese momento entre risas y charla.
Al atardecer, emprendieron la vuelta a la ciudad, y al llegar ya entrada la noche, se despidieron con un abrazo, palmadas de afecto y un “hasta otro encuentro”.
Las semanas pasaron y el día para entregar la tesis finalmente llegó, Ricardo debía exponer su “mejor nota”, la historia que tenía para contar, y los nervios lo invadían. Ya en el escenario, divisó en el último asiento del salón de actos al Gaucho Márquez, se sintió sorprendido y feliz al mismo tiempo, y con un gesto de la mano lo invitó a acercarse. Lo presentó ante el público con una gran sonrisa y una seguridad que no había sentido antes, y dijo bien fuerte: “este es mi trabajo, mi tesis…”