“GATICA: EL CORAZÓN Y LOS PUÑOS DEL PUEBLO”
POR ENRIQUE “QUIQUE” ROSITTO. CONDUCTOR DEL PREMETRO. SECRETARIO DE PRENSA DE AGTSyP.
Los ídolos populares suelen poner en primer plano la relación de amor incondicional que tienen con el Pueblo y la incomodidad que generan entre los círculos del poder.
Viven de acuerdo a sus propios códigos y no esperan que algunas migajas caigan de la mesa de los ricos y poderosos, ese ridículo invento de la “Teoría del derrame”, para lanzarse a disfrutar la vida.
Sin dudas, Diego Armando Maradona, “Pelusa”, “El Diego”, “D10S”, es el más grande ídolo con quien nos ha tocado en suerte compartir tiempo y espacio. Pero otra enorme figura popular también merece el recuerdo.
“Espontáneo, bocón, charlatán, repartió su caudal emocional entre un elocuente rencor ante quienes habían retaceado una mirada piadosa a sus años de franca pobreza y su saludable empatía con los niños carecientes, lustrabotas, canillitas y otras variantes de los desposeídos.” Podría referirse al Diego, pero es la semblanza que alguien escribió en relación a otro gran ícono popular.
José María Gatica, “el Mono”, nació el 25 de mayo de 1925 en un humilde hogar. De lustrabotas llegó a ser una figura singular del boxeo nacional, generadora de amores y odios durante el gobierno del General Juan Domingo Perón
La leyenda cuenta que siendo pibe dejaba su cajón de lustrabotas de lado para ir hasta “The Sailors Home”, conocida como “Misión Inglesa” en el barrio de San Telmo. Subía, se fajaba a piñas con los marineros y después recogía el premio, las moneditas que los espectadores tiraban al ring.
Antes de los 50, Gatica era un sinónimo de peronismo. Juan Domingo Perón y la primera dama, María Eva Duarte, solían ir al Luna Park para verlo y luego de cada triunfo, el presidente se acercaba sonriente al ring para felicitarlo. La tribuna popular, explotaba en el momento en que el General colocaba sus manos sobre los guantes de Gatica y éste le respondía el saludo así: “General, dos potencias se saludan”.
Es importante aquí abrir un espacio para entender la evolución que tuvo el deporte a partir del peronismo. Osvaldo Jara escribió un libro fundamental: Peronismo y Deporte, donde señala “El trabajador comenzó a ver al movimiento obrero con otros ojos. Las conquistas sociales eran emponderantes.” En los años 30 existía una comunidad deportiva importante, pero era una cantidad mínima en relación con los habitantes del país y era conducido por las élites. El fútbol es el ejemplo más claro, ya que sus máximos responsables tenían doble apellido: Tedín Uriburu o Béccar Varela.
Templo del boxeo, “el Luna” estaba dividido en dos claros bandos: Los antiperonistas, la oligarquía, que se ubicaban en las ubicaciones más costosas, el llamado “ring side”; concurrían a cada pelea del “Mono” con la esperanza de verlo morder la lona. Y enfrente, eufóricos, los peronistas que llenaban las tribunas populares.
Desde su debut profesional a los 20 años realizó 98 peleas. Ganó 86 de las cuales 72 fueron por KO.
Fue obligado a abandonar su profesión tras la Revolución Libertadora, ya que el gobierno de Eduardo Lonardi consiguió que fuera proscripto de por vida por la Asociación Argentina de Boxeo. Le quitaron su licencia y lo condenaron a tener que pelear de manera clandestina por el interior del país. El listado de deportistas que cayeron en desgracia junto a Gatica es interminable: Mary Terán de Weiss, Delfo Cabrera, Miguel Ballícora, José María Gatica, Eduardo Guerrero, Tranquilo Cappozzo, Enriqueta Duarte, Osvaldo Suárez y el Profesor Canavesi. También fueron amenazados los campeones mundiales de Básquet de 1950. Más de 500 atletas fueron perseguidos y prohibidos por la dictadura.
El último combate del “Mono” fue en Bahía Blanca, en 1956, frente a Jesús Andreoli. Resultó esposado y detenido. “¿Por qué?”, preguntó antes de que le pongan las esposas. “Por peronista”, le respondió el oficial de la policía.
Falleció el 12 de noviembre de 1963 en el Hospital Rawson, tras haber sido atropellado por un colectivo de la línea 295 (hoy 95) y después de agonizar dos días. Tenía tan sólo 38 años, pero había “vivido cien”. El cajón con sus restos fue trasladado a pie por una multitud desde la Federación Argentina de Box hasta el Cementerio de Avellaneda en una caravana que Andreani recorrió las calles por más de siete horas.
Desde aquel fatídico noviembre de 1963 a este de 2020, sin dudas, hay un hilo conductor…
Los pueblos nunca olvidan a quienes, sin perder nunca de vista sus orígenes, les brindan sus momentos más felices, y a quienes nunca los traicionan.