Una ola feminista avanza, crece y agita, estremeciéndolo todo

Por Karina Nicoletta (@karu_karunikol). Conductora línea A. Secretaria de Género AGTSyP Metrodelegada

El movimiento de mujeres y el feminismo en este tiempo de la historia conmueven estructuras,  construye resistencias, disputan  sentidos y derechos.

Un enorme proceso de movilización se desarrolla frente a un contexto en el que las desigualdades sociales se incrementan. Ante el brutal avasallamiento por parte del gobierno por sobre nuestros derechos y condiciones de vida, se fortalece un creciente proceso de resitencia.  Las protestas más masivas en los últimos tres años fueron las convocadas por lxs trabajadorxs organizadxs,  los sectores de la economía popular  y especialmente por el movimiento de mujeres.

Las trabajadoras conocemos de sobra  los efectos del neoliberalismo, que provocan mayor desigualdad social y menores posibilidades de autonomía. Hablamos de feminización del ajuste a partir de que el impacto de políticas de recesión, flexibilización laboral y despidos afecta en mayor medida a las mujeres, pero como contrapartida podemos señalar también una feminización de la resistencia al neoliberalismo, tal como lo venimos viendo en los últimos dos años con el enorme proceso de acción y movilización del movimiento feminista.

En un marzo de lucha,  500.000 mujeres, lesbianas, travestis y trans colmaron las calles el 8M, 500.000 el 4 de junio por Ni Una Menos,  la marea verde ganò las calles en torno al Congreso con 1.000.000 de personas el pasado 13/14 de junio, el 8 de agosto fuimos más de 2.000.000 de personas en la Ciudad de Buenos Aires, más las cientxs de miles que salimos a las calles en todo el país. La revolución de las hijas y las nietas logrò la despenalización social del aborto.

Esa identidad política es producto de la articulación de diversas luchas para la ampliación de derechos y para la consolidación de una democracia pluralista. Explotó antes y durante el debate por la legalización del aborto que llevó a la salida de multitudes a las calles, a realizar debates y discusiones en los lugares de trabajo, de estudio, en  las casas, en los medios de comunicación.

La lucha de las mujeres tiene ya una larga historia, que ha logrado acumulación en organización popular. Y es que el feminismo nace de la práctica que se transformó en teoría, de la rabia que se convirtió en lucha, de vivencias de muchas mujeres que comenzaron a cuestionar su lugar de subordinación en la sociedad, su falta de derechos, su histórica reclusión al ámbito doméstico y la autonomía sobre sus cuerpos.

Los feminismos surgen dentro del corazón de los movimientos sociales y políticos recordando que no hay emancipación, no hay revolución posible sin desafiar también las reglas del patriarcado no sólo desde la teoría sino desde la práctica, en cada territorio, en cada comunidad.

A lo largo de sus tres siglos de existencia, el feminismo como movimiento social y político fue capaz de develar las condiciones de la dominación, opresión -la doble y triple explotación – y de luchar para derribarlos.

En el siglo XVIII, con la consigna “Sin derechos civiles para las mujeres no hay revolución” las feministas emergieron como punzantes interpeladoras de los privilegios masculinos,  reclamando el derecho de las mujeres a ser consideradas sujetas racionales y de gozar de los mismos derechos que los varones.

En el siglo XIX irían por más, exigiendo status de sujetas políticas: “Sin derechos políticos para las mujeres no hay paz ni democracia” articulando la lucha en base al derecho al sufragio femenino y marcando los límites de una democracia que no podía ser tal sin contemplar a las mujeres.

Ya en la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI  el feminismo volvería a emerger con más potencia que nunca, poniendo sobre el tapete a la dominación patriarcal en todos los ámbitos de la vida como una de las enormes opresiones a combatir, subrayando el carácter político de todo aquello que las corrientes de pensamiento hasta ahora habían considerado como privado.

Entre los ríos del feminismo que recorren nuestra América, vienen fluyendo los del feminismo popular, que tienen sus fuentes en los movimientos indígenas, campesinos, populares, que han venido protagonizando profundas rebeldías frente al capitalismo colonial y patriarcal.

En nuestro país al calor de las luchas de resistencia contra el neoliberalismo de los años 90 y principios del siglo XXI,  emergió un feminismo popular, apropiado por las mujeres. En las fábricas recuperadas, los piquetes, las asambleas populares, las organizaciones de desocupados y desocupadas, colectivos ambientalistas, en tanto protagonistas de dichas experiencias de resistencia, las mujeres fueron problematizando progresivamente sus experiencias como mujeres.

El movimiento de mujeres contemporáneo  irrumpió masivamente a las calles para decir ¡Paren de matarnos!  ¡Vivas Nos Queremos! El Ni Una Menos representó el grito más profundo, entendiendo el femicidio como  la expresión más brutal de una trama de desigualdades y violencias que atraviesan nuestras vidas.

NI UNA MENOS fue un punto de inflexión indiscutible, al que luego le sumamos posteriormente el LIBRES Y DESENDEUDADAS NOS QUEREMOS! Fuimos protagonistas del Paro Internacional de Mujeres, contra el ajuste, en rechazo al acuerdo con el FMI.

En un encuentro heterogéneo y transversal, fueron cobrando masividad las asambleas feministas y la  alianza entre cuerpos, demandas, experiencias y vulnerabilidades que se tornan colectivamente formas de militancia y resistencia.

El 8M represento un momento bisagra, una oportunidad histórica que sacudió un montón de estructuras, abrió discusiones y nos interpelo generando nuevas formas de participación.

Nos apropiamos desde el movimiento de mujeres de una herramienta propia del sindicalismo para plantear agendas que fueron históricamente invisibilizadas.  Permitió poner en clave política la agenda del trabajo – el remunerado y el no remunerado-  visibilizando la precariedad que estructura nuestras vidas, la de las mujeres y las identidades disidentes. Volvimos a levantar las banderas contra las discriminaciones en el mundo del trabajo, resultado de  desigualdades estructurales.

Además de cuestionar la división sexual del trabajo, pusimos en discusión todos esos trabajos gratis que realizamos y permiten que la sociedad pueda sostener la producción. Es indispensable en este sentido abordar y poner en cuestión el mundo laboral desde una perspectiva que incluya la producción y la reproducción, la relación trabajo/familia, que permita repensar las relaciones sociales y las desigualdades, de modo que sea posible reducir no solo las brechas laborales existentes ente varones y mujeres, sino también las sociales, económicas y culturales. Proponiendo medidas reivindicativas que ponen en valor el trabajo de las mujeres dentro y fuera de sus casas, y transformaciones en la legislación laboral que favorecen la socialización de las responsabilidades domésticas y la incorporación de la diversidad sexual al trabajo formal.

Las feministas venimos logrando con nuestra capacidad de movilización y organización poner en agenda nuestras demandas. Una marea de mujeres avanza y ya no pide permiso.

La fuerza de este feminismo comenzó a copar también los sindicatos, construyendo trama entre distintos espacios sindicales, armar alianzas y estrategias en unidad, conformando un espacio de creciente articulación con trabajadoras de todas las centrales sindicales y de la economía popular.

Las trabajadoras resignificamos sentidos y reclamamos derechos. Cuestionamos el poder, disputamos lugares de representación,   exponemos sobre la brecha salarial y nos oponemos al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. En unidad  le dijimos al gobierno: No a la reforma laboral, no en nuestro nombre!  Queremos igualdad real, de acceso y oportunidades, con políticas genuinas desde el Estado.

El sindicalismo feminista crece, moviliza a miles de mujeres trabajadoras afiliadas de los sindicatos.  Las trabajadoras organizadas, hacemos de lo personal algo político.

Feminizar la política supone profundizar la democratización al interior de nuestras organizaciones. Entendiendo la construcción del movimiento feminista como una fuerza política contra hegemónica,  un instrumento para alcanzar la transformación de nuestras vidas y sociedades.

Somos un movimiento social, político y diverso; las mujeres e identidades disidentes han construido un sujeto plural, heterogéneo, con capacidad de recrearse en cada etapa y en cada región.

Frente al individualismo neoliberal, la necesidad es tejer resistencias colectivas, fortalecer formas democráticas en las sociedades y nuevos modos de vivir,  transformando las relaciones desigualdad y opresión.

El feminismo popular en Argentina ya no tiene márgenes que lo contenga: desborda las calles, las asambleas, las bases de los sindicatos y los partidos políticos, todos los ámbitos en los que se despliega.  El feminismo como herramienta para la liberación popular debe ser considerado por las organizaciones políticas que pretendan la liberación del pueblo.

Es la esperanza de la revolución feminista, que reimpulsan con su irrupción masiva, rebelde y organizada.