1907. EL ACTIVISMO FEMINISTA EN LA HUELGA INQUILINA

Por Fernando Muñoz de Inquilinos Agrupados

En 1907 el país fue tomado por sorpresa cuando una huelga particular se produjo al interior de las viviendas colectivas.

El 31 de agosto, varios centenares de familias inquilinas, pertenecientes a cuatro conventillos de Barracas que tenían un solo dueño (un solo rentista) decidieron dejar de pagar el alquiler hasta conseguir un descuento del 30%.

Con fuerte participación femenina, la negativa a seguir pagando transformó la manifestación en un reguero de rebeldía general inquilina. La resistencia hizo famoso a “Los cuatro diques”, ubicado en Ituzaingó 255 hasta 325, propiedad de Pedro Holterhoff. Allí comenzó el reclamo y allí también se reunió el primer comité de huelga. Luego se plegaron al movimiento “Las catorce provincias” y “La cueva negra”.

Las condiciones para acceder a esas miserables habitaciones eran leoninas. El estado de rebelión tuvo que romper barreras de miedo, como a perder el techo o el dinero que se entregaba anticipado que equivalía a tres meses de depósito.

No había contrato escrito y el precio de la renta lo fijaba el dueño a su antojo. También los aumentos. Las familias en su mayoría eran inmigrantes, en particular campesinas y campesinos llegados de España e Italia que vivían en grupos grandes. De cinco, seis y hasta siete hijos.

A mediados de setiembre, se produjo la primera declaración de Huelga. La decisión de no pagar se había extendido, y en distintos barrios de la Capital Federal se formaron subcomités de huelga: Almagro, Flores, Zona Norte, La Boca, Barracas, Balvanera.

Esto declaraban los huelguistas:

La imposibilidad de vivir, dado el alto precio que propietarios e intermediarios especuladores cobran por incómodas viviendas nos impulsa a no pagar alquiler mientras no sean rebajados los precios a un 30%. Los propietarios sin miramiento de ninguna especie escarnecen a los pobres agobiados por la explotación capitalista y las gabelas del Estado. (…) Nuestra divisa contra la avaricia de los propietarios debe ser: No pagar el alquiler. La Comisión.

A la primera iniciativa, que fue no pagar hasta que se rebajara el precio, se sumó una serie de reivindicaciones:

  • Abolición del intermediario contratista (se refería a los encargados de conventillos que alquilaban la casa y la subalquilaban a los inquilinos);
  • Rebajar el 30% de los alquileres vigentes;
  • No exigir como garantía más que un mes adelantado;
  • No poder subir el precio del alquiler de una pieza cuando se desocupe;
  • No poder impedir que ocupe las habitaciones que desearan a todas aquellas familias que tengan hijos;
  • La única causa de desalojo debe ser la falta de pago.

La solidaridad del movimiento obrero de la época

Cuando los inquilinos decidieron dejar de pagar, la articulación obrera fue inmediata.

Las asociaciones gremiales de carreros se negaron a trasladar los muebles de los desalojados, forzando que se quedaran en los conventillos; los sombrereros crearon comités permanentes de apoyo y asistencia legal a los intimados por los jueces de paz; la Sociedad de Resistencia Obreras Electricistas y Anexos llamó a una gran asamblea en Solís 1769 -a pocos metros del Arsenal de Guerra, lo que luego será el predio del Hospital Garraham- para discutir la huelga inquilina. Fue el 13 de setiembre, el día que formalmente se recuerda la prolongada lucha.

Pero donde vamos a poner el acento es en la importancia que tuvo la huelga inquilina para las mujeres militantes. Porque fue ese evento masivo de rebelión de las casas colectivas, lo que puso en movimiento al Centro Femenino Anarquista. El Centro estaba en gestación pero aceleró sus pasos con la organización de sus militantes, que salieron a recorrer los conventillos de Buenos Aires para convocar a la huelga.

Los propietarios no daban tregua y se habían iniciado los desalojos, que en esos tiempos eran resueltos inmediatamente por la Justicia.

Sin embargo, las cámaras propietarias de entonces no se atrevieron al enfrentamiento masivo; por eso recurrieron a una modalidad puntual. Reducían el desalojo a pocas habitaciones, para intentar la división del colectivo resistente. No presentaban demandas judiciales contra todo el conventillo, sino contra aquellas habitaciones que señalaba el encargado, y que suponía una debilidad en sí misma por la indecisión de esas familias ante la resolución del conjunto.

Sin embargo, la respuesta seguía siendo colectiva, de solidaridad entre familias explotadas por el alquiler, desde hacer lugar en otras habitaciones para los desalojados hasta alquilar entre todos otra habitación para guardar los muebles de los expulsados judicialmente.

Luego del primer mes, la huelga se había extendido a Avellaneda, Rosario, Bahía Blanca e Ingeniero White. Y el 22 de octubre comenzó a dar un vuelco, a partir de la acción comprometida de un grupo de mujeres.

Protagonismo de mujeres militantes en la lucha

Por un conflicto iniciado con los muebles en la calle de una familia del conventillo de San Juan 677, se acercaron cuatro compañeras activistas de casas colectivas linderas, que enfrentaron no solo a la encargada sino a los primeros policías que llegaron al lugar.

La feroz paliza recibida por una de las militantes anarquistas, convocó rápidamente a decenas de mujeres y a la muchachada adolescente solidaria con la huelga, que improvisaron una manifestación de protesta contra la furia policial.

La Avenida San Juan se llenó de manifestantes y también de policías, que dispararon a la multitud, hiriendo de muerte a Miguel Pepe, el primer mártir de la huelga inquilina.

El 24 de octubre se realizó el entierro de Pepe, con una gran movilización que recorrió San Telmo y luego continuó por Av. de Mayo hasta el Congreso, la Av. Corrientes y el cementerio de la Chacarita. Detrás del ataúd marchó una columna de casi un millar de mujeres y luego los hombres, con banderas de algunos gremios que seguían respaldando consecuentemente la huelga.

Y el domingo 27 de octubre se reunió una verdadera multitud en la plaza San Martín. La concentración, el punto de partida de la multitud, fue la plaza Lorea, en el barrio de Congreso. La misma que dos años después -el 1 de mayo de 1909- será testigo de una feroz represión y masacre obrera a cargo del jefe de policía de entonces, Ramón Falcón.

Los 40.000 manifestantes que se reunieron en la Plaza San Martin tuvieron que improvisar dos escenarios con distintos oradores, para que la multitud pudiese escuchar a sus dirigentes. En uno de ellos, se destacó la voz de Juana Rouco Buela, obrera textil y referente del Centro Anarquista Femenino.

A pesar de sus 18 años recién cumplidos, Juana era una militante experimentada, que había debutado como oradora a los 15 años desde los balcones de la Federación Obrera Argentina, el 1 de mayo de 1904. Fue luego de la represión que se cargó con la vida de un trabajador, además de un centenar de heridos.

María Collazo será la otra mujer oradora inquilina, también fundadora -junto a Juana Rouco– del Centro Anarquista Femenino, ayudadas inicialmente por otra dirigente femenina: Virginia Volquen, directora del diario feminista La Voz de la Mujer.

En octubre, el gobierno comenzó a aplicar la Ley de Residencia de Extranjeros, expulsando del país a activistas “cuya conducta comprometa la seguridad nacional o perturbe el orden público” (Ley 4.144 de 1902).

Collazo será una de las deportadas de la Huelga Inquilina. Fue expulsada a su país natal -Uruguay- donde redobló su militancia popular, siendo una de las fundadoras del Comité Pro Unidad Obrera, germen de lo que será la Unión Sindical Uruguaya en 1923.

Una lucha histórica que dialoga con el presente.

Desde el 31 de octubre -último día del mes, próximo a la obligatoriedad de tener que pagar la renta-, hasta las primeras semanas de noviembre, la represión se multiplicó, impidió asambleas en locales sindicales, movilizó bomberos y policías acompañando a los oficiales de justicia con la manda de desalojo, reprimió y persiguió a militantes y activistas.

Decenas de detenidas y detenidos se acumulaban en el departamento de Policía, cuyo jefe –Ramón Falcón– decidió que todas las asambleas realizadas en locales obreros deberían ser observadas por oficiales de la fuerza.

A mediados de noviembre, el desalojo de numerosas familias en Los Cuatro Diques, simbólico por haber sido el primer conventillo decidido a parar, y su militarización –semeja un campamento militar en tiempos de guerra, bomberos, cosacos, yuntas bravas, más de 200 uniformados hacen la guardia diseminados en el patio, altillos y azoteas, rezaba una crónica-, comenzaba a anunciar el fin de una resistencia histórica.

En Rosario, la conferencia de propaganda masiva del comité pro-rebaja de alquileres, terminó con varios heridos, cuando la policía disolvió la reunión antes que terminaran los oradores.

La represión, las diferencias internas, los allanamientos constantes en los locales gremiales donde se producían las asambleas, debilitaron al movimiento inquilino, y sobre todo a las fuerzas que en cada conventillo se habían levantado contra una patronal que se sentía dueña de todos los bienes y de todas las vidas, y que unió fuerzas para desmantelar la resistencia inquilina.

Y en este 8 de marzo, donde el paro es la forma más genuina de manifestar la reivindicación de la lucha por los derechos de la mujer, debemos ser honestos con una verdad histórica: decir que se trató de una cuestión de escobas para rechazar los desalojos, oculta a las activistas, a las detenidas, a las expulsadas y a las militantes.

Fueron militantes feministas y muchísimas otras mujeres inquilinas que recorrieron conventillos, organizaron asambleas, dirigieron la palabra a colectivos de familias de todas las regiones que migraron a nuestro país, pusieron el cuerpo a la Policía de Ramón Falcón, se movilizaron y tuvieron representación en todos los actos populares de ese trimestre de lucha por alquileres justos.

Los tres meses de huelga inquilina, en un país que todavía no reconocía derechos laborales, sociales y electorales, representan una escena colectiva de lucha histórica por el acceso justo a la vivienda alquilada.

Y con un feminismo activo, muy adentro del conflicto de vivienda, todas las jornadas de lucha y en todos los conventillos donde se encendió la llama de la resistencia inquilina.

*Fernando Muñoz es autor del libro La desigualdad bajo techo. Más de cien años de alquiler. Miembro de Inquilinos Agrupados.

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