SUBTERNAUTA

POR PABLO CASTRO, PROFESOR DE CASTELLANO, LITERATURA Y LATÍN. AFILIADO A SUTEBA Y A LA ASOC. DOCENTE DE LA UNIVERSIDAD JAURETCHE.

El Eternauta

En el subterráneo de Buenos Aires tiene lugar uno de los pasajes más conmovedores e inquietantes del gran clásico de la historieta argentina. Nos referimos, desde ya, a El Eternauta, de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López

Se trata de un episodio memorable en el que, al fragor de los combates entre invasores y seres humanos, se cristaliza un instante definitivo en la conciencia de los personajes como integrantes de un núcleo colectivo inescindible y del lector como parte integrada necesariamente a la construcción del relato. La escena es sugestiva. Un espacio sin tiempo que se abre en medio del vértigo de las acciones.  

Línea D.  Boca de Plaza Italia. Asedio en la superficie de un ejército implacable. El enemigo ha desplegado allí sus unidades singulares en una escala de menor a mayor: Cascarudos, Hombres-Robots, Gurbos, Manos, Ellos. Juan Salvo y sus amigos corren, escaleras abajo, hacia un último refugio que abra alguna vía de escape. Una débil linterna los guía por el túnel, entre rieles retorcidos, vagones cruzados, derrumbes… Es un momento clave de la historia. 

La Resistencia queda reducida a la mínima expresión. De un modo casi imperceptible, vemos cómo las fuerzas extrañas se reagrupan y disponen los movimientos de un último ataque. El cerebro que comanda las acciones, sin embargo, se doblega ante la esgrima verbal de uno de los tres hombres atrapados. 

Favalli, inerme, apenas con el empleo de su inteligencia ,había logrado transformar la más desesperada de las situaciones en la más increíble de las victorias. Salvo, el Eternauta, lo recuerda con admiración.  Esta vez, el ingenio multiforme vence sin engaños. Su fuerza reside en el conocimiento del rival. Pero todavía queda el gesto de Franco que redime a vencedores y vencidos. La elevación del hombre sobre sí mismo. La piedad. La capacidad de sentir el dolor ajeno, aun en el cuerpo del enemigo.

El Eternauta

Repasemos un poco. Juan Salvo dirige un pequeño taller, Favalli es ingeniero y Franco, obrero metalúrgico. El mundo de la fabricación de objetos queda atónito ante un adversario inmaterial que disemina su poder letal en el ambiente. Suspendido el proceso de producción y de reproducción de la vida ante una amenaza invisible que intoxica el aire que se respira, aislados todos en sus casas, cubiertos de máscaras protectoras, nuestros héroes emprendieron desde el principio el desafío ante lo incierto. 

Lo innominado que se presenta como “Ellos”, el enemigo principal. No hay un signo definido para una cosa sin forma precisa, apenas señalada en su función vicaria. Y detrás de Ellos, los Manos. He aquí a los singulares replicantes que dirigen las acciones bélicas al servicio de aquel poder invisible. Inexpugnables seres que comandan las tropas de combate, se nos presentan, una vez derrotados, como almas bellas.  Suerte de Calibanes, esclavos de los sortilegios del encantador incorpóreo que los somete mediante el artilugio biopolítico de una extraña glándula del terror. La amenaza de Ellos descansa en su interior. 

No les es dado rebelarse sino al precio de quedar expuestos a la menor inquietud que, por sí sola, segregaría un veneno fatal que acabaría con sus vidas. Ese es su secreto. El primer Mano lo revela en aquel momento epifánico de su muerte rodeado de objetos ordinarios cargados de vida. Favalli se servirá de él entre las formaciones colisionadas, en dirección a la estación Canning, frente al nuevo Mano. Otro, idéntico al anterior, su doble, ¿un fantasma?  

Se complejiza la urdimbre de géneros y se desdobla la trama. A la facultad anticipatoria de la novela de ciencia ficción, el fragor del relato de aventuras, la estética del cómic, se suma ahora el espesor del cuento fantástico.  Y entre las sombras del tren subterráneo, se nos aparece, sin invocarla, la de otro sobreviviente. 

Giunta, el fisonomista de Operación Masacre, vuelve de la muerte rodeado de espectros que lo acechan en el reflejo de las ventanillas del ferrocarril Mitre.  Son relatos espectrales, publicados ambos bajo el régimen dictatorial de Pedro Eugenio Aramburu. En plano y contraplano, los dos efectúan el mismo conjuro en pases complementarios. Si Walsh devela la brutalidad y la inclemencia del poder, Oesterheld descubre la agudeza intelectual y la estatura moral de sus víctimas.

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