NETFLIX QUIERE UN OSCAR PARA LA MALA MADRE
POR JESICA CAMPOS, BOLETERA DE LA LÍNEA D.
La hija oscura. La nueva peli de Olivia Colman se mete con la maternidad.
La hija oscura es la primera película de Maggie Gyllenhaal, basada en la novela homónima de Elena Ferrante, quien la presenta a través de Netflix. Pero no manda la sinopsis. Alguien más la hace, basta con leerla:
«Las vacaciones de una mujer madura en una playa griega se complican cuando comienza a obsesionarse con otra mujer y su hija. Esta situación la obliga a enfrentarse a problemas de su pasado y de su primera maternidad».
Leda, la protagonista, es retratada como una «mujer madura» y «obsesionada». La sinopsis la debió escribir un hombre, sino no se explica. Porque lo que se ve a lo largo de toda la película, no solo entre Leda y Nina, es sororidad (no se juzgan, no compiten, hasta hay ternura). Un concepto al parecer todavía lejano o inentendible. Quizá por eso se expone durante casi dos horas. Al igual que la maternidad, expuesta de manera realista y simple, bajo la densa cotidianidad de los días de calor y el olor a fruta podrida.
Ya el título hace referencia a este constructo (por lo tanto, puede romperse) que recae en todas, desde el momento en que nos regalan nuestra primera muñeca. Objeto clave, no solo en la construcción de esta historia de ficción, sino en la Historia de la Humanidad. Eva, que viene de la costilla de Adán, es el primer ejemplo. Eva no nace como igual. Nace para acompañar y complacer a Adán. Ambos deben multiplicarse y llenar la Tierra.
Esta asimetría prevalece hasta hoy, disfrazada de abnegación y entrega. Valores que debe tener toda «buena madre» y esposa. Valores que La hija oscura cuestiona. Pero además de un bebé de plástico, nos dan una cocinita color rosa. Nos crían y educan para cuidar y atender el hogar, mientras exacerban nuestra capacidad reproductiva. Entonces ¿realmente elegimos bajo estas condiciones? El debate es cultural y el Feminismo lo sabe.
«Nos obligan a hacer tantas estupideces, incluso desde niños» dice una de las mujeres que Leda recuerda con cariño.
Si tenés útero, ya está definido tu rol en sociedad, Incluso a costa de tu propio deseo. Otro tema importante en la película, además del amor. El cristianismo y la teoría biologicista han escrito mucho sobre ambos. Todavía nos imponen el modelo de la Sagrada Familia y una única forma de relacionarnos.
Olvidan que las mujeres, a diferencia de principios del siglo pasado, ya podemos votar, estudiar y trabajar. Leda pudo hacerlo, incluso con dos hijas. Y digo incluso, porque sus recuerdos reflejan el cansancio, la molestia, el no poder más y la soledad, aún estando acompañada. Criamos solas. Esto ya no puede ser natural. No puede ser que la mujer haya salido a trabajar, solo para volver a su casa y seguir haciéndolo.
Cabe preguntarse también, ya que todas las protagonistas son mujeres, de distintas generaciones y familias, cuál es el rol del padre o el marido. Aunque implícitamente, mediante la ausencia, se está exponiendo. Al menos, al principio.
No es obsesión lo que hace que Leda se fije en Nina, es empatía. A medida que se van conociendo, muta de la incomodidad, hasta llegar a la lástima y desencadenar en el egoísmo y la maldad. Un concepto impropio en una madre. Al menos, así nos lo enseñaron.
Idealmente la buena madre se queda en casa y deja todo (vocación, carrera, pasiones) por los hijos. Pero tras la abnegación obligada, viene la culpa y el miedo. Hay un debate, y mucha contradicción, en esto de equilibrar tu vida profesional (otra forma de realizarse) con la crianza. Digo debate, porque al parecer te hacen elegir entre uno y otro. De nuevo ¿dónde está el padre?
«A veces temo no poder cuidarlas», dice Leda, al borde del llanto, solo para que su pareja responda que sí va a poder y está todo bien, y ahí es cuando viene la rabia, cruda.
En sus recuerdos, Leda viaja (vuela, quizá) y por primera vez, deja a sus hijas. Estando lejos se reencuentra consigo misma. La hija perdida te pregunta: ¿quién sos vos, cuando no estás con tus hijos? ¿Quién sos por fuera de todas las exigencias, disfrazadas de amor?
Leda festeja sola en su habitación de hotel. La conocemos más libre, seductora y brillante. Se reivindica su trabajo, al igual que su deseo. Y conoce a un hombre que por fin la hace acabar. Porque en su casa no podía ni masturbarse tranquila.
Esto no es menor. Porque el mandato de la buena mujer, choca contra la mujer deseante. Reivindicar el derecho al goce, tras la conquista del Aborto Legal, también es un cambio cultural. Porque antes de hablarnos del goce, nos hablaron del parto. Y hoy, tras una larga cadena de micromachismos, las mujeres padecen su deseo. Las señalan, las maltratan, las castigan, en privado y en los medios. Se pone en duda nuestra moral a través de nuestra sexualidad.
Leda brinda en la actualidad, junto con Lyle, el encargado del lugar, por la «maldad» y el ser «malos padres». Reivindican su derecho a equivocarse y liberarse de la culpa, como carga. Sin embargo, no es él, el objeto de su deseo, sino Will, un joven de 25 años que trabaja ahí. Al que invita a cenar.
Igual, Leda cree que no es un ejemplo a seguir. Lo descubre con sus propias hijas, Bianca y Martha, que le enseñaron cosas que ni ella sabía de sí misma. Si hasta se enfrenta a sus hijas. Ahí es cuando finalmente entendió a su madre.
Lo resume en una frase: «Soy una madre antinatural». Natural no hay nada, es todo constructo. Si Leda está «perdida» es porque violó el mandato.
Creo que es muy difícil romper con lo que nos enseñaron. Pero si queremos encontrarnos a nosotras mismas, tenemos que liberarnos de aquello que nos impusieron y no nos representa.
El objetivo de la película es mostrar que existe otra historia muy diferente a la que nos contaron. Desarmar y hasta tirar por la ventana, como Leda hace en sus recuerdos, el concepto de maternidad, que está fielmente encarnado en una muñeca que le dio su madre y en su memoria ve rota en mil pedazos.
Hay cuatro momentos que vale la pena destacar. El primero es cuando Leda roba la muñeca de Elena, la hija de Nina. Ahí empieza todo. A través de ese objeto se conectan los recuerdos (como una advertencia para nosotras) y lo real.
Leda recuerda cuando perdió a Bianca en la playa. Cuando Nina grita, y cuenta su desesperación, se ve a sí misma.
«La encontramos y después perdió su muñeca» le dice Nina. «Yo tenía una muñeca así. Se llamaba Mina» responde Lena. «O Minimamá, como la llamaba mi mamá».
En la próxima escena vemos que Leda huele la muñeca, la abraza y la pierde, solo un momento. Al otro día va a comprarle ropa a la juguetería y se encuentra con Nina. Se la ve cansada, hastiada, perdida. «Me está volviendo loca» dice Nina, con Elena en brazos. Y mientras su hermana, embarazada, sostiene a Elena, Leda le dice:
«No le compres otra muñeca. No servirá de nada».
Alguien tiene que romper con esta cadena, que lo va a seguir siendo, si nos quitan opciones y nos aleccionan con privaciones y culpa. Es más, nos dicen egoístas. Basta ver el reciente discurso del Papa que se enoja con los millennials por tener mascotas, en lugar de hijos.
La segunda escena a destacar, para mostrar que la película no impone un punto de vista, sino que abre el debate, es cuando Leda limpia la muñeca de Elena. Borra los trazos del marcador en los brazos y el falso delineado de los ojos.
Previo a esto, recuerda una escena con dos senderistas, que conocen durante unas vacaciones en familia.
Al lado de esa pareja, sobre todo a los ojos de otra mujer, Leda se ríe y canta y se libera. Cuenta que estudió italiano y literatura comparada. Aunque le cuesta hablar de sí misma, una de sus hijas, sin darse cuenta, la ayuda.
Bianca recita, al oído de la invitada, el fragmento de un poema en italiano, que luego Leda traduce:
«El frío del ala retorcida, cae junto a mi cuerpo». Un fragmento de La Crisis de Auden. Y solo con recordarlo, se quiebra. Dice, es ridículo, pero se larga a llorar. «Un chiste entre nosotras» dice Leda. «Muy hermoso», responde la desconocida, y le extiende la mano, que Leda besa, mirándola a los ojos.
El ala rota y la incapacidad de volar. La búsqueda por la libertad. A Leda se la ve tirada, de lado, frente al mar en otra escena. El mar inmenso y la eternidad.
Aún cuándo algunas cuestionen y se liberen del mandato, ¿qué viene después? ¿Cuál es el costo que nos hacen pagar? La batalla es cultural.
La tercera escena que vale la pena mencionar, ya más cerca del final, es la muñeca tirada en el piso del baño, delante de Leda, quien segundos antes la había estaba limpiando y sacándole el agua, que había absorbido. Leda ve paralizada, como un ciempiés sale de la boca de la muñeca, y recorre su cara.
Si a través de la muñeca, Leda pudo contar su historia, ya llegamos a ese punto de contradicción y parálisis. No es fácil. No es todo lineal tampoco. No debe ser un camino u otro. Hacemos lo que podemos con la nada que nos dan.
Leda ama a sus hijas. Por supuesto que las ama y las extraña.
«Soy su madre», le dice a Nina. «Volví porque soy muy egoísta». La última escena a destacar, donde también es clave la muñeca, hay que verla. Solo dejo un diálogo que, contradictoriamente, me pareció muy claro. Nina dice que es feliz con su marido y su hija. Sin embargo, hay algo más. Algo que no puede describir y le pide ayuda a Leda para exteriorizarlo. «¿Esto pasará?», le pregunta Nina. «No sé cómo llamarlo».
Para que la maternidad no sea un mandato que nos pesa y cae encima, no solo tiene que ser deseada, sino también desmitificada. No podemos solas. No existe el instinto materno, es una construcción más. Natural no hay nada.
Necesitamos, no solo de las redes que tejió el Feminismo, sino de un verdadero cambio cultural. La hija oscura es un aporte en ese largo camino de deconstrucción de la maternidad.