A LA MEMORIA DE DIEGO MARADONA
POR ALFREDO BUENO. TRABAJADOR DEL SUBTE. GUARDA EN LA LÍNEA A.
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Templos de Potreros
No todo era club de fútbol por aquel entonces, era juntarse con unos mangos y pagarle al dueño del lugar; o tal vez de manera clandestina y sin dueño a la vista, edificar el templo de los sueños, del olvidarse por un rato de la rutina de colegio, laburo y en muchos casos evadir con sonrisa deportiva el hambre y la falta de una familia.
La tierra te hacía carasucia y la destreza en malabarista; la mente clara para que todos no vayamos juntos tras la 5 y la complicidad de una gambeta te hacía construir paredes en donde habitaba la magia del fútbol, en donde el niño se hacía Dios y purificaba todo lo malo de la sociedad pacata y servil.
El gordito era el arquero que muchas veces redimía con milagros a través de sus manos santas lo impensado de su condena eterna, el partido transcurría entre 4 dimensiones sin juez que ponga justicia, porque la anarquía era consensuada y la picardía era el abogado que te liberaba bajo sospecha de alguna infracción no detectada.
Mi potrero eterno yace en la plaza Teran y en la campito del Jorge Newbery, mi imaginario es la redonda de cuero y goma que siempre quedaáa marcado entre el barrio de Versalles y Villa Real.