20 FEBRERO DE 1997: EL DÍA QUE LXS TRABAJADORXS DIJERON BASTA.

POR ACOPLANDO.

estacion varela paro

Un día como hoy, pero hace 25 años, los trabajadores y trabajadoras del Subte hicieron el primer paro de todas las líneas a la empresa Metrovías.

El conflicto tuvo su origen en el injusto despido de un conductor, en una época donde los despidos eran moneda corriente en el subterráneo y la desocupación crecía escandalosamente en el país.

El paro de Varela marcó un antes y un después en la empresa, porque puso freno a los despidos y eso permitió a los trabajadores y trabajadoras subterráneas organizarse y obtener conquistas colectivas ininterrumpidas en los siguientes 25 años.

A continuación, un extracto del libro, Un fantasma recorre el Subte, de Virginia Bouvet, en el cual la actual Secretaria de Organización de nuestro sindicato relata en primera persona los sucesos de esa jornada:

“El 19 de febrero de 1997 había bronca en la Línea E. La empresa había echado a Contreras, un conductor que chocó un tren mientras hacía una maniobra, una tarea que no le correspondía pero que un jefe le había pedido “de onda”. Un favor que, esta vez, terminaba en accidente y en despido. La bola de que los delegados del sector querían parar corría por el túnel.

Estábamos en la casa de Beto y teníamos un trato: cuando uno cumplía años, el otro le regalaba el desayuno. El 20 de febrero del 97, él cumplía treinta y uno. Como entraba a trabajar a las 4:15 yo no dormí para despertarlo a las 3.

Mientras tomábamos café con leche, me contó lo del despido y que Gauto, uno de los delegados, quería hacer paro. “¿Por qué no vas a dar una mano?” Vivíamos a diez cuadras de la Línea E y ya que estaba levantada, fui.

En el colectivo me encontré con Bertonasco, un conductor que me dijo que estaba todo mal, que la gente quería hacer algo para reincorporar al pibe.

Llegamos a la Estación Varela, que era el lugar de ingreso del personal del tren. En el cuarto de descanso éramos alrededor de ocho compañeros.

Estaban Gauto y De Leo, dos delegados, que habían charlado lo del paro con el gremio y ya no estaban tan seguros. La noche anterior, la UTA les había prometido una reunión con la empresa para las 9:30 de la mañana…

Que tenemos que esperar, que si la UTA no lo reincorpora paramos todo a las 10, que salgamos a laburar, decían ahora. Todos salieron al andén. En el cuarto sólo quedamos Bertonasco y yo. Vine hasta acá a las 4 de la mañana, pensé. Yo lo digo:

–No va a haber reunión, Bertonasco. Tenemos que parar ahora que estamos todos juntos, a las 10 va a ser más difícil.

–Ya sé. ¿Por qué no les decís?

–Porque están todos afuera, quieren esperar…

Entonces Bertonasco les dijo, a los gritos, que entren, que la chica tiene algo para decirles.

A esa hora ya éramos como diez, había tres delegados. Hicimos la segunda asamblea.

–Tenemos que parar ahora, si no, no va a haber reunión. Y que la UTA se siente a negociar con los carritos parados, para meter presión. Guillermo, vos esto lo sabés: ¿Cuántas reuniones hubo entre el gremio y la empresa y no pasó nada?

Y Gauto decía que sí y movía la cabeza diciendo que sí, sí…

–Nos tenemos que quedar acá –les dije.

Ahora todas las cabezas afirmaban, pero ninguna como la de Guillermo Gauto, porque nadie iba a venir a su sector a ser más guapo que él. Nos quedamos.

Eran las 5 de la mañana del 20 de febrero del 97. Empezaba el primer paro a Metrovías.

El paro.

Supe que ganábamos cuando llegué a Varela, a la madrugada, y un guarda, “La Morsa” Benítez, hablaba del despedido; le decía “Contreritas”. Lo aprecian, pensé, ya está.

Con el tiempo me iba a reír de mi pálpito, cuando me dijeron que Contreras era petiso y por eso era el diminutivo.

Igual, al pibe lo querían y, encima, el despido era injusto, porque no era su trabajo hacer maniobras, se tenía que hacer responsable el supervisor.

En el relato, tal vez, parece que la huelga de Varela fue fácil, pero no. Las medidas de fuerza en el lugar de trabajo son excepcionales y el paro, en particular, es algo muy serio.

Es algo difícil… como soportar tres años de empresa privada, de los Señores cómplices del gremio, de las malas condiciones de trabajo.

Es lento… como los 1146 días de trabajo en ese régimen carcelario, como la incipiente organización por abajo que provoca, sobre todo, en el sector más explotado: entre los boleteros nuevos.

Y necesario… como un grupo que toma la decisión de transformar la realidad el día que hay bronca y unos pocos compañeros se animan a hacer foco con el paro de Varela.

Al final se ganó, pero hay que decir que empezamos sin saber, sin garantías. A final abierto, como todo conflicto gremial.

Recién empezaba y, a pesar de que ninguno de los que estábamos ahí había hecho nunca algo parecido, había calma. No eran las palabras; era ese clima en el que estábamos: las ganas de parar se huelen.

Era algo más que la simple confianza, era saber que estábamos jugados, pero por sobre todas las cosas, que teníamos razón y estábamos unidos.

Alrededor de las 5:30, entra al cuarto un tipo bajito, con bigotes de tano, que después alguien me dijo que era Lentini, el gerente.

Entra y el silencio parece eterno. Comenzó a explicarnos de la necesidad de salir a trabajar, de la locura que estábamos haciendo, “que va a haber sanciones, que en vez de un despedido va a haber diez.”

Nadie hablaba y tuve miedo de que los convenciera. Entonces hablé y lo interrumpí para decirle que la gente ya decidió qué hacer y que acá nadie va a trabajar. Mirándome a los ojos me dijo: “Claro, total a vos no te van a hacer nada porque sos delegada…”

Y siguió con su discurso sordo, hasta que alguien vino a buscarlo para avisarle que los supervisores también se negaban a trabajar, algo que nunca confirmamos, pero que en ese momento nos fortalecía.

Había que verle la cara a ese hombre… que se fue más preocupado de lo que vino.

Ya eran casi las 6 y estábamos muy firmes. Un compañero, de repente, reacciona: “¡La planilla!”

Es que, en esa época, en Tráfico, se firmaba una planilla de servicio en la cabina de los supervisores, al ingreso y a la salida; entonces, el compañero preguntó qué hacíamos con la planilla… y empezaron todos a hablar de la firma y se generó una situación de desconcierto.

Yo no entendía nada. La escena era surrealista… estábamos todos amotinados, le estábamos haciendo el primer paro a la empresa, ¿qué importancia podía tener una planilla?

Pero era evidente que para ellos la tenía. Entonces pregunté si alguien había firmado el ingreso y todos dijeron que no, por lo que decidimos que nadie firmaba y que íbamos a avisarles a los que llegaban para que hicieran lo mismo… para hacer todos lo mismo.

Recién ahí volvió la calma. Porque en momentos así, actuar como si todos fuéramos uno hace que nadie se exponga más que otros. Y, claro, una cosa es que te echen “sin causa” por hacer huelga y otra muy distinta es que el despido sea “con causa” por no cumplir con la firma de la planilla.

Ahora había que extender el conflicto a los otros sectores, porque era la manera que veíamos de garantizarlo: extenderlo para que no se caiga. Porque el Subte todavía funcionaba con normalidad en las demás líneas y en los talleres.

El teléfono interno fue de gran ayuda. El mismo aparato que la empresa usaba para controlarnos y “espiar” nuestras conversaciones, ahora servía para avisar del conflicto en otros sectores. Rápidamente armamos una red de compañeros que se encargaron de contarles a los demás lo que estábamos haciendo en Varela.

En el Taller Miserere, un compañero se ocupó de llamar a la casa de los delegados; eran casi las seis y la mayoría dormía.

Guillermo “el Loco” Gauto.

Lo peor que le puede pasar a un tipo al que le gusta ir al frente, es deberle obediencia a un padrastro como Guarachi, esposo de su mamá que, por aquel entonces, manejaba la Subsecretaría del Subte en el Consejo Directivo Nacional de UTA.

Guillermo era un tipo alocado, un sindicalista orgánico, un muchacho peronista. Y si algún impulso lo hacía irse de boca, ahí estaba Guarachi para ponerlo a raya.

Pero esa madrugada, él estaba huérfano y se dejó llevar por la acción. Y esos tres delegados se cargaron sobre la espalda la primera huelga contra una empresa privatizada en la década menemista.

Cambiar la historia.

A las ocho de la mañana, Virginia fue para la Línea A, para tratar de que se sumara a la medida. La votación era treinta a tres a favor de parar. Pero Calvo, el delegado del sector, no la veía, decía que era una locura. Hablaba de esperar para ver qué opinaban los compañeros del turno tarde.

Esperar… la excusa y el disfraz de las palabras: porque al miedo que tenía, le llamaba sensatez; porque evitaba decir que no quería apoyar, llamándole responsabilidad.

Ahora que las papas queman en Varela, toma posición un hombre distinto. Con diez años de servicio y seis de delegado, viniendo del subterráneo estatal, una huelga en el Subte no era ninguna novedad para Néstor Calvo; la diferencia es cierto escepticismo que ahora lo frena.

A las 8:30 la jefatura quiso mover los trenes de la Línea E y los huelguistas bajaron a las vías, para evitar que la formación saliera manejada por personal jerárquico y así garantizar el paro.

La primera línea que se sumo fue la B, a las 9 y un poco más tarde, la D. La Línea A dejó de funcionar a las 11 y la C adhirió después del mediodía.

A la tarde se reunieron la UTA y la empresa en el Ministerio de Trabajo y se dictó la conciliación obligatoria, que implicaba volver la situación al momento anterior al conflicto. El servicio se reanudó al día siguiente, el telegrama de despido quedaba en suspenso.

El triunfo se respiraba en el aire. Metrovías accedió a reincorporar definitivamente al conductor diez días después, en la última audiencia de conciliación. Entonces Contreritas volvió a firmar su ingreso en la famosa planilla.

Después llegaron las notificaciones de la causa penal por el corte de vías en la Línea E. Se acusaba de obstrucción de un servicio público a “Bertonasco y otros”.

Diez años después, el ex gerente Lentini recuerda que “ahí es donde empezó a cambiar la historia… ahí empezó a cambiar la historia. Ahí había chocado Contreras. Era una buena persona, un buen conductor. Y nosotros le dijimos al gerente: ‘Mirá, el tipo cometió un error, hay que darle veinte días de suspensión, quince días.’ Y al poco tiempo nos dice: ‘No, hay que echarlo.’ Y yo le dije que íbamos a tener problemas porque es un tipo que tiene buen consenso y desde el momento de que es una buena persona y es cumplidor… Y, por supuesto, no me hicieron caso, se lo despidió e hicieron el paro. Y cuando yo estaba hablando con los delegados, convenciéndolos, no para que trabajen pero sí para que habiliten… yo dándoles la posibilidad de que vayan a hablar con la empresa, viene la gente de Relaciones Laborales con la directiva de que… y con una escribana… Al rato tenías las cinco líneas paradas. Lo que pasa es que cuando vos cometés una injusticia, por más vueltas que le des… el hombre, el error lo había tenido y alguna sanción le correspondía, pero de ahí a echar a una persona que tiene buena conducta y de golpe y porrazo comete un error… cualquiera puede tener un mal día. En ese momento es donde la empresa aplica todo ese sistema de andar con escribano en vez de ir al diálogo y ahí es donde se empieza a romper lo que se llama la paz social, viste. A partir de ese momento empezaron los problemas, los peores problemas.”

*Extracto del libro, Un fantasma recorre el Subte, de Virginia Bouvet.

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