Nosotras escribimos: La nieta de Carlos

Por Virginia Bouvet, boletera línea C

Mi abuelo Bouvet fue chofer de colectivo y delegado de la UTA. Toda mi vida había escuchado a mi mamá decir que mi abuelo era un loco, que había dejado tirado a sus hijos, uno de ellos mi papá, y todo por los compañeros. Y al final ¿de qué le había servido? decía ella, si murió solo… ¿A dónde estaban los compañeros cuando cayó enfermo? ¿Dónde, cuando tu abuelo murió?.

Yo no decía nada, no hacía falta. Ella preguntaba y se respondía pero, a diferencia de lo que ella pensaba, yo admiraba a ese abuelo que hablaba tan bien en las asambleas y que, en la década del 60, había dirigido una huelga muy importante en la empresa Chevalier. Durante esa larga huelga, le ofrecieron una plata, por detrás, para que levante el conflicto y mi abuelo la rechazó.

“Si la hubiera agarrado -decía mi mamá- te hubiera dejado algo por lo menos. Cinco departamentos de dos ambientes se podía comprar con esa plata, alguno te hubiera tocado.”

Siempre me llamó la atención que mi mamá sacara esa cuenta. Ella había convertido, en su cabeza, la guita de la coima en departamentos perdidos.

Dicen que la gente grande no cambia, pero yo puedo dar fe de que mi vieja cambió, y para bien, con los años. Ahora piensa distinto. Pero de chica me decía eso y yo crecí preguntándome, también, donde estarán los compañeros de mi abuelo, pero no como un reproche, yo quería conocerlos.

En 2002 decidí no presentarme para delegada. Al día siguiente de finalizar mi mandato, el diario Página 12 publicó una nota sobre la insalubridad en el Subte y nuestro reclamo para trabajar 6 horas. Mi nombre y mi foto aparecían en la nota. Unos días después, y yo creo que a raíz de esta publicación, recibí una amenaza en el contestador automático de mi celular, eran ruidos de una sesión de tortura y una musiquita con una canción de fondo: “cinco mil bailan la canción y tú también estás…”

Un mes después, me llamó por teléfono interno el boletero de la estación Saenz Peña y me dijo que un pasajero había dejado un sobre con una carta para mí.

Al otro día, fui a buscarla. Era una nota muy corta que decía: Señorita Virginia Bouvet, si usted es pariente de Carlos Leris Bouvet, por favor llame al número tal… y firmaba Miguel Cascallar.

Resulta que Miguel, después de leer la nota en el diario, había pensado “si es sindicalista y se llama Bouvet, tiene que ser pariente”. Miguel había sido amigo de mi abuelo y activista gremial, su mano derecha en Chevaliers. Con los años habían ido perdiendo contacto y, mucho después, supo por gente en común, que mi abuelo había muerto en el 82.

Le dije que era la nieta de Carlos y se puso a llorar. Me invitó a comer un asado en su casa, en Pilar. Fui con mi hijo y mi papá. Miguel invitó a su hermano y a varios ex choferes, todos compañeros del abuelo. Hubo brindis por Carlos y la sorpresa, la emoción de los compañeros de estar ahí viendo a mi viejo, con el timbre de voz y los mismos gestos de Bouvet.

Miguel era un hombre bueno, que había militado toda su vida por una sociedad más justa y, una vez por mes, reunía en su casa de Pilar a los jubilados de Chevaliers… Ahí mismo funcionaba una biblioteca, que era su orgullo.

Esa biblioteca tenía una placa en la puerta… con el nombre de mi abuelo.