OJO AL PIOJO CON EL ENOJO (CONTRA EL OPORTUNISMO DE ALGUNAS CRITICAS RECIENTES)

POR DARÍO CAPELLI. DOCENTE DE LA CARRERA DE SOCIOLOGÍA (UBA), AFILIADO A FEDUBA, Y MIEMBRO DEL COMITÉ EDITORIAL DE “EL OJO MOCHO”.

A partir de dos notas publicadas por estos días (una de Paula Canelo en El Destape y otra de Jorge Alemán en Página12), Darío Capelli se pregunta en este artículo por el alcance de las críticas al espacio del Frente de Todxs y la pertinencia o no de exigirle al gobierno que haga enojar a los poderes concentrados que atentan contra la justicia social. No siempre la agenda política va en el rumbo que desearíamos y está claro que todavía estamos muy lejos de una distribución equitativa de la riqueza y de la conquista plena de derechos sociales. En algunos planos ni siquiera se llega a cubrir necesidades básicas. Sin embargo, vemos el signo del oportunismo en algunas críticas actuales al gobierno que aquí se ponen en discusión.

La ira es una disposición de ánimo, un estado del espíritu que anhela vengarse de un desprecio injustificado. Así lo entiende Aristóteles en La Retórica y le dedica a esta pasión unas interesantísimas digresiones. Lo que Aristóteles se propone demostrar, particularmente en el Libro II de este tratado que es mucho más que un compendio de recursos para la correcta elocuencia, es que ya sea en un juicio o en las deliberaciones, el orador puede forzar decisiones si logra agitar ciertos sentimientos en su auditorio. Será propenso al enojo quien padezca un desdén, una humillación o un ultraje. Por lo tanto, no debería ser tan difícil promover la ira en alguien ya que apenas bastaría con someterle a alguna de estas tres condiciones o convencerle de que otro lo ha hecho. Conviene siempre, agrega Aristóteles, procurar que el airado haga foco en alguna persona concreta: no se está enojado con la humanidad en general ni con especies de otro tipo sino con este o aquel hombre, con esta o aquella mujer. Claro que no todo depende de que el orador sea digno de crédito para alcanzar el objetivo sino que además ciertas características del individuo al que nos proponemos encolerizar hacen su parte. Por ejemplo, será más propenso al enojo quien, además de ser desdeñado, tenga poca confianza en sí mismo o barrunte la sospecha de que carece por completo de alguna cualidad puesta en cuestión y que desearía tener. Si le dijéramos a Aristóteles que filosofar no sirve de nada, es seguro que Aristóteles más se enojaría si pensara de sí mismo que, a pesar de lo muy útil que pueda parecerle la filosofía, él no ha sido dotado para practicarla. El hecho de haber menospreciado una actividad que a él lo apasiona, es suficiente para hacerlo entrar en cólera y la cólera será más intensamente sentida en tanto que, en este ejemplo que estamos inventando, Aristóteles además crea de sí que no fue hecho para filosofar. Si, por otro lado, pudiéramos persuadir a Aristóteles que no fuimos nosotrxs quienes dijimos que la filosofía era inútil sino Alejandro Magno, sería cuestión de un corto tiempo para que el maestro tramase venganza contra su viejo alumno.

Asimismo, Arsitóteles -el verdadero, no el del ejemplo que se nos ocurrió- se encarga muy bien de distinguir el enojo del odio: cuando el sentimiento de repulsa se extiende de una persona hacia un género de cualquier tipo (“los indios”, “las mujeres”, “el peronismo”), se verá que el modo de saciar la intensidad de ánimo no es vengándose de quien se supone que dimanó el ultraje. Esto sucede sencillamente porque no es enojo lo que alguien siente por un género determinado sino odio. Como dijimos, el enojado desea vengarse y en cierto modo ver sufrir a aquel con quien está enojado (aunque también puede apiadarse, dice Aristóteles); quien odia, en cambio, desea que lxs otrxs a quienes odia directamente no existan. De lo cual se deduce que no es posible hacer enojar contra un género a quien lo odia. Ni tiene sentido proponérselo. Un misántropo, por ejemplo, no está enojado con una u otra persona sino que siente tirria por los seres humanos en su conjunto. Sería en balde por completo pretender incordiarlo pues nada de lo que le digamos hará cambiar su disposición anímica según la cual todo lo que de nosotrxs –humanos- dependa, le resulta odioso.

Entonces ¿es relevante hacer enojar contra tal y cual a quien odia a toda la especie que los contiene? En absoluto. Es muy difícil, si no imposible, que un fraile haga enojar a un anarquista. Al anarquista lo subleva que exista la religión entera. Por lo tanto, no sólo que es irrelevante sino que sobre todo es ocioso. Quien odia está en guerra contra un género y le importa un bledo que un particular de ese género lo quiera hacer enojar, así que no tiene gollete ir por ahí si lo que se pretendiera fuese disminuirlo.

Pero contradiciendo un poco a Aristóteles tampoco es relevante fijarse a la idea de hacer enojar –ya no a quien nos odia- sino a quienes pueden llegar a sentirse desdeñados, humillados o ultrajados con nuestras decisiones. Sobre todo porque, al cabo, no se termina de saber quiénes son los que están realmente enojados: si el desdeñoso o el desdeñado; si el humillante o el humillado; si el ultrajante o el ultrajado. Y siendo así, no se ve la conveniencia, pues, de hacer enojar a nadie si el enojado va a terminar siendo uno mismo, con lo que eso implica en cuanto a oscurecimiento del juicio para tomar decisiones acertadas. En efecto, hacer del “hacer enojar” una pauta para decidir acaba por empantanar las acciones. Por algo, en la Divina Comedia, Dante ubicó a los iracundos en el quinto círculo infernal, cuyo paisaje es –precisamente- un lago fangoso llamado Estigia al que es necesario atravesar en una barca conducida por el arrebatado Flegias. Nuestro Discepolín, que de avernos sabía lo mismo o más que Dante, construyó una escena similar en Cambalache pero sin Estigias ni barqueros sino con merengues y lodo en los que las almas se revuelcan y manosean. Recordamos, de paso y volviendo a Dante, que allí –en el quinto círculo- está el alma de Filippo Argenti, viejo enemigo público del poeta y uno de los que más hizo para expatriarlo de Florencia, ciudad amada a la que jamás pudo volver. Filippo Argenti está allí por colérico. Lo demuestra queriendo subirse a la barca de Flegias para atacar a Dante. Sin embargo, quien parece estar todavía más enojado es el propio Dante. A tal punto que una vez que logra bajar al furioso Filippo del bote, le manifiesta a Virgilio su deseo de verlo sufrir antes de alcanzar la otra orilla, deseo que –por cierto- el autor de La Eneida satisface. ¿Qué nos está diciendo Dante, no el protagonista del poema sino su autor, en este canto? Que son presa del enojo tanto quienes ya padecen en aquel círculo como el mismo personaje que lo está surcando: revolcados en un merengue y manoseados en el mismo lodo, ya no distinguimos quién es el verdadero chinchudo.

Todo el mundo tiene derecho a estar chinchudo pero como aconseja la sabiduría popular, no conviene responder cartas en ese estado emotivo. Ni responder cartas ni –agregamos- hacer análisis políticos. En todo caso, sugerimos contar hasta diez antes de convertir el análisis en artículo y hasta veinte antes de mandarlo a la redacción del diario. Quien conteste cartas o publique sus reflexiones políticas con chinche debe saber que el asunto va a traer cola. Paula Canelo ha escrito para el portal de El Destape un artículo chinchudo con el gobierno porque dice que hace del “que nadie se enoje” su desiderátum. Y parece pedirle que, en cambio, se enchinche con los poderosos y marche a la confrontación contra ellos pues de ese modo se enojarían menos los propios y, así, el espacio del Frente de Todxs disminuiría el riesgo de perder base electoral en un año de legislativas. Según la investigadora, si bien las políticas públicas han tenido hasta ahora tantas idas como vueltas, lo que siempre las condicionó fue la propensión del gobierno a “que nadie se enoje”. Pero como el juego de intereses no es homeostático, “ganarán siempre los que tengan más poder para asustar con la amenaza de su enojo: los grandes empresarios, el lobby judicial, el campo organizado, etc”. Con cierta razón, Canelo también dice que en un contexto marcado por el desastre que dejó el macrismo, sumado a la tragedia del virus y la persistencia de una oposición atribiliaria, el gobierno además de preocuparse por “no enojar” a los poderosos, se volvió poco receptivo a las críticas, a las que sus defensores más cerrados rápidamente condenan al rincón del “juego a la derecha”. No debería ser así cuando lo que se le está reclamando es nada más que reorientar el rumbo hacia la reparación social y la reconstrucción nacional, más allá de que se enoje quien se enoje. En tal sentido, Canelo parece ubicar a su propia intervención en la serie de críticas que va siendo hora de que sean escuchadas. Recientemente, hubo algunas participaciones en la opinión pública que van en la misma línea. Entre todas, además de ésta que estamos comentando, se destaca la apodíctica nota de Jorge Alemán en Página12, “Las críticas al Frente de Todxs”. Alemán reconoce que ya las críticas son numerosas. No hay que enojarse porque existan y está bien, dice ahora, hacerles un lugarcito. No podríamos estar más de acuerdo con el final del texto: la asimilación de voces críticas puede otorgarle al espacio político que gobierna, y por ende al gobierno, una pluralidad que no sólo no desgarraría su tejido sino que además lo dotaría de un mayor compromiso con los desafíos por venir.

Pero vamos a decirlo sin dar más vueltas: leemos tanto en Canelo como en Alemán los signos del oportunismo. Vemos, al mismo tiempo, un intento velado de impugnación al kirchnerismo y una nueva insistencia en el llamado a superarlo. Ni en una ni en otro son novedades. En el caso de Alemán, hasta hace quince minutos nos estaba mandando al diván donde tramitar el narcisismo de las pequeñas diferencias a todxs quienes veníamos marcando matices con algunas decisiones del gobierno. En la reciente nota de Página12 al menos ya nos reconoce como identidad y nos moteja como “el espacio crítico kirchnerista” o “la posición radical kirchnerista” que entra en conflicto con la marcada moderación de Alberto Fernández. Resulta entonces que, quienes reconocemos la conducción de Cristina –la dirigente política que además de ser dos veces presidenta es la que tiene mayor caudal electoral de la Argentina- y asumimos la identidad kirchnerista, pasamos de ser la corriente mayoritaria del espacio nacional-popular a una facción díscola a la que el polit buró le concede una sección en el periódico partidario. No. No es así, Alemán. Y flaco favor le haría al gobierno si le propone al Presidente que se ponga a la cabeza de un albertismo más enfático como síntesis superadora de las tensiones en el Frente de Todxs. Cuando parece que Alemán está criticando la moderación de Alberto diciéndonos que ahora entiende al kirchnerismo, lo que en verdad parece estar sucediendo es que le baja el precio al kirchnerismo reduciéndolo a una camarilla con sus razones. Por otro lado, si el gobierno del Frente de Todxs puede equilibrar de algún modo las tensiones que genera la coexistencia de fuerzas heterogéneas es porque Alberto, el encargado de aferrar el timón en esta etapa de la Argentina, carece de una corriente propia. De existir el albertismo (frío, tibio o caliente; no importa); de existir un albertismo, decíamos, el espacio se desbalancearía con el peligro que eso conlleva para mantener la unidad. Que hay intentos, los hay: el reciente lanzamiento del espacio “En común” o algunas operaciones del justicialismo porteño. Pero por suerte –hasta ahora, por lo menos- el propio Alberto parece desalentarlos. Si en verdad es así es porque entonces hay una comprensión cabal de su lugar histórico en la construcción (con todo lo que todavía falta) de una democracia participativa y popular. Ojalá sea. El reconocimiento de que Cristina conduce y él gobierna no daña en absoluto su posición al frente del Estado. Quizás incluso la acrecienta.

Listo lo de Alemán. Pasemos de nuevo al artículo de Canelo: similar a lo que pasa con Dante en el quino círculo del infierno, cuando Canelo le dice al gobierno que hay que actuar aunque se enoje quien se enoje, lo que deja traslucir es que la verdadera enojada es ella misma ¿Por qué lo deducimos? Porque no nos olvidamos que hace apenas dos años, Canelo junto al grupo de intelectuales, investigadorxs y activistas de la cultura que conformaban el grupo Fragata, les exigían a los dirigentes del movimiento nacional que se deshicieran de la grasa ideológica (sin decirlo, se entendía que la referencia era al kirchnerismo) y se propusieran “estar a la altura” para enfrentar al macrismo en las elecciones presidenciales que se avecinaban. Ahora Canelo se enchincha porque el gobierno no se juega lo suficiente para “que nadie se enoje” pero lo cierto es que entonces el Grupo Fragata se la jugó demasiado a “ni chicha ni limonada”. A modo de balance, lxs compañerxs no deberían confundirse si quieren evitar la autoflagelación o, por la evasiva, embroncarse con el resultado de lo que equivocadamente pueden llegar a creer que lograron: la candidatura a presidente de Alberto Fernández no surgió de un acuerdo entre popes que se hayan puesto a la altura de nada. A pesar de los vilipendios, las persecuciones judiciales y los encarcelamientos, el kirchnerismo nunca dejó de ser bandera en amplios sectores populares durante los años de devastación neoliberal. Se podía verificar en los barrios, en las calles, en las comisiones internas de los sindicatos o en los centros de estudiantes secundarios y universitarios. Quien no lo veía era porque le interesaban más las roscas superestructurales que los ríos profundos de la vida comunitaria.

Así y todo, para volver al gobierno hacía falta ganar en primera vuelta contra lxs que odian a la igualdad y a quienes, carentes de ella, la exigen. Para ganar en primera vuelta era necesario un armado electoral que contuviera a los dirigentes y las agrupaciones partidarias que se habían enojado en algún momento con el kirchnerismo pero que tampoco habían llegado demasiado lejos con sus defecciones, aunque lo suficiente para evitar que el kirchnerismo triunfe en tres contiendas. Alberto había sido un operador de Massa en las elecciones del 2013 y el 2015, y jefe de campaña de Randazzo en las del 2017. Cristina consideró que era el hombre con el que había que acordar y acordó. Pero más allá de la habilidad de lxs dirigentes para lograr pactos, lo cierto es que la necesidad de volver a constituir una nueva mayoría era una exigencia de la organización popular ante el daño provocado por cuatro años de macrismo. Creer otra cosa –como, por ejemplo, que lxs dirigentes se despabilaron al leer el documento del Grupo Fragata- es ingenuo. Sería arrogarse un albertismo temprano, incluso previo a la candidatura de Alberto. Así como también sería ingenuo de parte nuestra dar crédito al post-kirchnerismo tardío de quienes venían mordiéndose el labio y bufando cada vez que le pedimos a Alberto que apriete un poquito el acelerador. Lo cual no significaba que le hubiéramos estado exigiendo que se enoje ni que haga enojar a los poderosos. Como dice el compañero Aristóteles, los poderosos nos odian y preferirían que el peronismo no existiera. Es totalmente intrascendente caerles en gracia o en desgracia. Tampoco vamos a enojarnos si Alberto tarda en remover a los funcionarios que no funcionan, no endereza la marcha del gobierno todo lo que quisiéramos o duda demasiado en liberar a lxs presxs políticxs. A propósito, se le pasó lo de lxs presxs politicxs a Paula Canelo. Más que enojarnos, entonces, como militantes vamos a discutirlo en la base de nuestras propias organizaciones en todos los frentes y alzaremos la voz cuando tengamos tribuna o en la primera ocasión que se nos presente. Ni siquiera deberíamos perder el tiempo agitando el espantajo del escarmiento tonante de los pueblos cuando agotan su paciencia. En 1973, el repatriado Perón usó esa figura en un contexto discursivo lamentable: atacando a lxs jóvenes guerrilleros de la izquierda peronista y reivindicando a los Filippos Argentis de la ortodoxia sindical.

Por nuestro lado, elegimos otra parte de la doctrina que no implica ceños fruncidos ni ofuscaciones: la finalidad suprema del movimiento, sea en el nivel de la militancia o sea desde la gestión, es la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación. Al que nos odie por eso, allá él. Y si alguien se enoja, no fue la intención.