LA FIEBRE AMARILLA DE 1871: El carnaval tiene el mascarón de la peste
POR ALEJANDRO COLLI, DELEGADO DE UTE Y PROFESOR DE HISTORIA
En enero de 1871, bajo un verano sofocante, la Ciudad de Buenos Aires se preparaba para los carnavales. Por entonces, gobernaba el país Domingo F. Sarmiento. La ciudad estaba bajo la autoridad de una Comisión Municipal y albergaba cerca de 190.000 habitantes, de los cuales la mitad eran inmigrantes europeos. Cuando el 27 de ese mes el Doctor Juan Antonio Argerich acude a la casa de inquilinato de la calle Bolívar 392, se encuentra con los primeros dos casos de fiebre amarilla. Pese a esto, la Comisión Municipal decidió no publicar los casos.
Mientras las autoridades escondían la presencia del brote, comenzaba el carnaval. El periodista Mardoqueo Navarro escribía: “La fiebre salta de San Telmo al Socorro. Pasada la locura carnavalesca, viene la calma y a ésta sucede el pánico”.
Pasado el carnaval, la “muerte” de Buenos Aires.
Iniciado marzo, la cantidad de muertes aumentó vertiginosamente. Los cadáveres se multiplicaban. Los hospitales colapsaron. El cementerio del Sur no tuvo más lugar para los entierros. En “la Chacarita de los Colegiales”, que era el campo recreativo de los alumnos del Colegio Nacional Buenos Aires, se creó el nuevo Cementerio del Oeste, donde se llegó a enterrar a 564 personas en un sólo día. Chacarita nació, escribiría Borges, “porque Buenos Aires no pudo mirar esa muerte” Las víctimas eran recogidas en las mismas calles, y depositadas por carros en determinadas esquinas para ser transportadas al nuevo cementerio en el llamado “tren de la muerte”, empujado por la locomotora “La Porteña”. El diario La Tribuna comentaba que en horas de la noche, las calles eran tan sombrías que “verdaderamente parece que el terrible flagelo hubiese arrasado con todos sus habitantes”. El número de muertos se fue incrementando día a día hasta llegar a casi 14 mil muertes, según cifras oficiales.
“Todos amarillos, de fiebre los muertos, de miedo los vivos”: La huida.
Buenos Aires se llenó de muerte y de miedo. Las clases acomodadas dejaron el centro y huyeron hacia el Norte de la ciudad. El presidente Sarmiento abandonó la ciudad el 19 de marzo y se dirigió a Mercedes, en la provincia de Buenos Aires.
El diario La Nación, opositor de Sarmiento, el 21 de marzo tituló “El Presidente huyendo”, afirmando: “Hay ciertos rasgos de cobardía que dan la medida de lo que es un magistrado…”. En medio del éxodo se creó una Comisión Popular, liderada por José Roque Pérez, con el fin de actuar frente a la epidemia. Pocos días después del armado de esta comisión, José Roque Pérez murió por la fiebre amarilla. En mayo sucedía lo mismo con Manuel Argerich. Ambos quedarán retratados como los “mártires” que socorrieron a las víctimas durante la epidemia en el cuadro de Blanes “Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires”.
El retrato de Blanes: desdichados y mártires.
En la madrugada del 17 de marzo, un sereno de la policía observó que la puerta de un conventillo de la calle Balcarce no estaba cerrada con candado y decidió ingresar. La imagen con la que se encontró era realmente dramática: en una de esas miserables habitaciones, un niño se encontraba aferrado al seno de su madre que yacía muerta en el suelo. “Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires” es el cuadro del pintor Juan Manuel Blanes inspirado en aquella escena narrada por la prensa: La mujer muerta en el piso, víctima del terrible mal, y los dos hombres parados, Roque Pérez y Manuel Argerich de la Comisión Popular, asistiendo. Aunque la presencia de estos hombres en el cuadro no se ajusta a la realidad del episodio, logra constituirse como la representación simbólica de la tragedia: el padecimiento y la muerte de los desdichados abandonados, y la asistencia de esos hombres de la élite, martirizados y heroificados para siempre en una imagen.
Retratos actuales. “Nos piden que nos higienicemos, que nos lavemos las manos, que no salgamos de casa… pero ¿cómo lo hacemos si no tenemos agua?”
Es inevitable, al repasar el devastador paso de aquella fiebre amarilla que convirtió Buenos Aires en una ciudad fantasmagórica, pensar en la pandemia de hoy. ¿Existe alguna similitud? No parecería posible, aunque sí podemos encontrar, como en aquel retrato de Blanes, una imagen donde se amalgaman, de alguna manera, 150 años de esta ciudad: Esa imagen es la de Ramona Medina. En su rostro pueden representarse las víctimas del horror del conventillo de entonces, como la miseria de las villas ahora, la voz de nuestra militancia convertida en una mártir ante la tardía reacción, la inacción, la acción negligente, o el abandono de las autoridades: “Nos piden que nos higienicemos, que nos lavemos las manos, que no salgamos de casa… pero ¿cómo lo hacemos si no tenemos agua?”, decía Ramona. Gritaba. Ramona murió un 17 de mayo de 2020 peleando en la primera línea, denunciando la falta de agua en la Villa 31, exigiendo que el Gobierno de la Ciudad declare la emergencia sanitaria, habitacional y alimentaria. ¿Tendrá su Blanes que la retrate?
Muertes de Buenos Aires. J.L.Borges.
La Chacarita
Porque la entraña del cementerio del sur
fue saciada por la fiebre amarilla hasta decir basta;
porque los conventillos hondos del sur
mandaron muerte sobre la cara de Buenos Aires
y porque Buenos Aires no pudo mirar esa muerte,
a paladas te abrieron
en la punta perdida del oeste,
detrás de las tormentas de tierra
y del barrial pesado y primitivo que hizo a los cuarteadores.
Allí no había más que el mundo
y las costumbres de las estrellas sobre unas chacras,
y el tren salía de un galón en Bermejo
con los olvidos de la muerte:
muertos de barba derrumbada y ojos en vela,
muertas de carne desalmada y sin magia.