SER MADRE ES UNA ELECCIÓN

POR JÉSICA CAMPOS, TRABAJADORA DEL SUBTE. BOLETERA LINEA D.

El Movimiento Feminista fue creciendo durante estos últimos años, pero también se renovó una vieja fuerza, casi medieval, dispuesta a enfrentarlo. Mientras tanto el que se encarga de contenerlo es el Estado, que estuvo dispuesto no sólo a privatizar esta lucha, sino a hacer campaña con nuestros derechos.

Vemos resurgir antiguas ideas, y escuchamos de nuevo hablar del «instinto materno». Pero el sexo no es reproducción, y ser madre es una elección, no una obligación. El instinto materno del que tanto hablan no es más que una construcción social para que la mujer no disfrute, ni viva plena, y sobre todo para que nunca cuestione su único rol en esta sociedad capitalista, patriarcal y heteronormativa. ¿Cómo que no querés ser madre? ¿Cómo qué aspirás a otra cosa? Hoy parece que si tenés útero, no tenés opciones, o peor aún: no tenés derechos.

El aborto es igual de cuestionado que el Feminismo, porque refleja las injusticias sociales, conflictos y cuestionamientos actuales. Sobre todo, cuestiona el poder que se le fue arrebatando a todas las mujeres, junto con la propia humanidad.

Así es que asistimos a un resurgimiento de las Iglesias Evangelistas, y observamos cómo la Iglesia se niega a perder su posición histórica y naturalizada de poder. Porque en la actualidad, también están en juego sus privilegios, y esto es algo que no podemos dejar pasar. El Proyecto de Aborto les molesta tanto como a nosotras, las mujeres, su impunidad. La Iglesia parece estar más preocupada por criminalizar a quienes abortan, con tal de no retroceder ni un paso más. En el debate del año 2018 se vio el lobby clerical en su máximo esplendor: cientos de diputados invocaban, pidiendo perdón y casi con culpa, sus creencias personales que les impedían legislar sobre un país en donde gobierna la Democracia, es decir «la mayoría», y no un Dios, ni una “Única Verdad”.

Tuvimos que ver y escuchar a los honorables diputados y senadores justificar su voto con algunas de estas frases: «se puede pagar hasta cien dólares por cada parte de feto», «estoy pidiendo un cementerio para las víctimas del aborto» «¿qué pasa cuando nuestra perrita se nos queda embarazada? no la llevamos al veterinario a que aborte», «imaginen que a ninguno de los de acá nos negaron el derecho a la existencia, por eso, como decía esa música de los 70: ‘Déjalo ser’». Una senadora hasta confesó que no había leído el proyecto, que tiene catorce páginas, pero igual votó en contra.

Todos invocaron sus creencias personales, pero nos merecemos un debate serio, laico y científico.

¿Por qué está metida la Iglesia hoy en el Congreso? ¿Por qué se vuelve a negar a una ampliación de derechos?

Me atrevo a decir que si la despenalización del aborto se concreta, el próximo reclamo va a ser un Estado Laico. Si las mujeres avanzamos, ellos retroceden. El Estado hoy les otorga jubilaciones de privilegio con leyes sancionadas durante la última dictadura, les brinda subsidios por cada alumno/seminarista, y hasta les paga los sueldos a obispos y sacerdotes. También los exime de impuestos (como ganancias, por ejemplo) y hasta financia la remodelación de las propiedades en concepto de «obras públicas» que el mismo gobierno les entrega, además de múltiples terrenos (todo esto, por supuesto, sin pagar un sólo peso)… menos sabe Dios y perdona.

Sin embargo, debo recordar una obviedad: el mundo gira y la sociedad cambia. Insisto, se puede cambiar y se puede estar mucho mejor.

Para ir finalizando este artículo, aunque usted no lo crea, durante siglos la Iglesia no consideró al aborto como una cuestión grave equiparable al homicidio. Si hasta las Sagradas Escrituras hacían distinción de ambos hechos en el Éxodo. Y si vamos al Derecho Romano, el feto estaba visto como parte del cuerpo de la mujer, por eso no era un crimen abortar. Ahora, si la mujer lo hacía a escondidas del padre de familia, era condenada a muerte, porque el hombre era el único que podía decidir sobre la vida de sus hijos. Si éste decidía venderlos o matarlos, nadie decía nada.

Hay que mencionar a San Agustín (354-430 d.C) obispo de Hipona y máximo pensador del primer milenio del cristianismo, el cual consideraba que el embrión no tenía alma hasta el día 45 después de la concepción. Y también a Santo Tomás de Aquino (1225-1274), otro de los teólogos más importantes, quien sostenía, siguiendo a Aristóteles, que «el alma no es infundida antes de la formación del cuerpo».

Fue recién en 1869 cuando la Iglesia cambió de posición, año en el que el Papa Pío IX determinó que los embriones poseen un alma desde la concepción.

Quiero aclarar que las creencias no son cuestionadas, pero no por eso pueden legislar un país en Democracia. La ley, que garantiza igualdad, no debe responder a la religión de unos pocos, y mucho menos a privilegios e intereses privados.

Iglesia y Estado, asunto separado.