La canción del refugiado de Ricardo Rojas Ayrala
Ricardo Rojas Ayrala es escritor y Secretario de Cultura del Sindicato de Farmacia –ADEF–. Su obra consta de 14 libros éditos en México, Italia y Argentina. Estos textos son inéditos:
I – Danza gueréwol
No soy el aguardentoso ángel, pequeño y escuálido, de los refugiados.
No soy negro, no hablo ni entiendo swahili, no soy alto ni flaco,
no bailo la danza gueréwol, e igual que un fósil romo
no soy dueño de un único gesto para la eternidad.
No atiendo un puesto de cinco mil chucherías en la calle.
No me llamo MassarBaar, no vengo de Senegal,
deSomalilandia, de Guinea Ecuatorial o de Congo.
No me asesinan a cuchillazos desordenados en los suburbios
de San Cristóbal y me abandonan, en un pliegue de lo oscuro,
para que el corazón de los refugiados
se estremezca una vez más, otra vez más, ya mismo.
No es esto, siquiera, un poema simple
paraPatriceLumumba o Steve Biko,
quizá sea ¡con mucha suerte!, apenas,
una letanía que pide justicia,
que reclama justicia, que grita:
¡Justicia para MassarBaar!
II –Nocturno con sombras
Pues crece entre el refugiado y la noche
una relación de confianza tal que sólo la luna,
de tanto en tanto, se atreve a mancillar.
III – Silente
¿Un Primer movimiento?
En el “no” el refugiado encuentra un argumento,
deduce un territorio singular, el este no es el este, sostiene un pasmo,
articula un legado de intemperie de este lado del mar, suspira un simple estertor.
Su idioma ya no tiene palabras, vocales aspiradas, letras palatares, fonemas,
metáforas intraducibles para cualquier manual que infiera al menos una ofensa,
su idioma, en este instante, ¿qué otra cosa podría alentar?
si sólo tiene cuerpos, lejanías, casas derrumbadas,
amores muertos, brumas y pena.
IV – Ángelus
Lo pierde todo.
Desconoce los manantiales y la alegría.
Desconoce el luto seductor del consuelo
y el burbujeo inexplicable del porvenir.
¡Virgen santa! ¿Quién abraza al refugiado,
ahora?
V – Tigre
La marea lleva el alma del refugiado lejos
como una flor, un camalote, una brizna o un tigre.
Ante el agua, la atónita substancia de la vida,
mucho peor queesa piedra blanca que cae
deun infinito que cesa para siempre.
VI – Segundo Movimiento
El silencio planta un vergel como una pesa de a kilo que necesita gravedad,
y espera frutos que maduran a los golpes en la seca cerviz del refugiado,
en cada arruga de ese traje que se arrumba mientras mira nada,
mientras otea nada,en toda sombra escuálida
de su marcha que ambula porque sí y no lo sigue,
en la última gota queda de su sed que lo atormenta, un poco más, un poco más,
en el vértice miserable del ghetto que parece ser del primer mundo,
supone, teoriza.
No hay propiedad alguna en el vacío ni la más lejana, remota e imbricada,
piensa, para nadie, mientras se restriega las manos callosas, el refugiado.
VI – Segundo Movimiento
El silencio planta un vergel como una pesa de a kilo que necesita gravedad,
y espera frutos que maduran a los golpes en la seca cerviz del refugiado,
en cada arruga de ese traje que se arrumba mientras mira nada,
mientras otea nada,en toda sombra escuálida
de su marcha que ambula porque sí y no lo sigue,
en la última gota queda de su sed que lo atormenta, un poco más, un poco más,
en el vértice miserable del ghetto que parece ser del primer mundo,
supone, teoriza.
No hay propiedad alguna en el vacío ni la más lejana, remota e imbricada,
piensa, para nadie, mientras se restriega las manos callosas, el refugiado.
VIII – Un refucilo
El sol refucila sobre la mota del refugiado sus últimas razones
y en su barriada nueva todo torna yermo, frío y descolorido.
Una insensibilidad sepulcral, salaz e infinita
se enseñorea sobre todas las cosas y todas las gentes:
¿todoaguarda, así, aquí, después,
aquél bramido loco del león partiendo la noche?
VIII – Palabra
En el truque de los vestuarios, de las funciones y de los dones
el refugiado recuerda a mansalva su palabra verdadera.
Primer vocablo del día: una hermosa ofrenda en su lengua.
Ah, lo vuelve a decir, en este preciso instante.
Él dice “usingizi”.Shhhh…Oyámoslo.
IX – Tercer movimiento
El silencio del refugiado busca un sentido, enfebrecido, alunado;
el anhelo, el pálpito, el nudo en la garganta. Un pájaro canta pero no lo hace
como en esa tierra que lo ha abandona para siempre y él soñará, una y otra vez,
hasta el fin de los tiempos, las sábanas rotas y los juramentos inentendibles.
¡Quién fuera gallo, o Esculapio, para cantarle, una vez más,
como el refugiado anhela!
X – Murmullo
Bocabajo, tratando de beberse todo el mar mediterráneo
ese niño refugiado yace, muerto, con su ropa mojada,
inaugurando lo siniestro, la eternidad y el dolor.
Resulta que dios no es amable, ni ahí ni antes,
con sus mejores criaturas ofrendadas a la nada.
¿Qué decir? Mis hermanos, mis amigos,
mi muy querido señor, señora, amable barrendero,
mi muy estimado viandante…
¿Qué murmurar? ¿Qué callar?